Por Pedro Luis Morales


La envidia es la enfermedad
que sufren los incapaces
y los convierte en audaces
engendros de la maldad.
Sufren la prosperidad
del vecino más cercano.
Jamás le tienden la mano
a nadie en función de ayuda.
Constituyen, pues, sin duda,
la escoria del ser humano.

Siempre ves al envidioso
mirando a uno y otro lado,
y si alguien ha progresado
dicen: “¡Mira que es dichoso!”.
Su accionar es bochornoso
por su forma de pensar,
ni siquiera imaginar

el talento del triunfante
y su arte de ir adelante
luchando por prosperar.

Cómo tendrá que sufrir
ante su falsa visión
y su gran limitación
para en sociedad vivir.
Penden del ir y venir
y el quehacer de los demás,
no comprenderán jamás
el valor y la modestia
y piensan como esa bestia
que con nadie tiene paz.

Esa cualidad de ver
la paja en el ojo ajeno
y encontrar en el veneno
su más inmenso placer,
en el hombre o la mujer
la envidia es una carencia
de autonomía, potencia
y de autovaloración,
es la genuina expresión
de falta de inteligencia.

Viven la vida sufriendo,
porque su incapacidad,
su impericia y su ruindad
así los va consumiendo.
Y como que no están viendo
mucho tramo hacia delante,
con esa maldad constante
se queman entre dos fuegos,
disfrutan quedarse ciegos
por ver tuerto al semejante.

Cada cual tiene su orgullo,
el talento es muy variado;
pero sí está demostrado:
cada cual tiene lo suyo.
Alumbre como el cocuyo,
con luz propia, y si no es buena
luche por hacerla amena,
limpia y que brille mejor;
pero jamás, por favor,
envidie la luz ajena.

Basta ya de sufrimiento,
atienda su propia vida,
deje al otro que decida,
use su propio talento.
Muestre su reconocimiento
y el valor a quien lo tenga,
sea fraterno y mantenga
su audacia como placer
y deja a cada cual hacer
lo que mejor le convenga.