Por Virgilio López Lemus

Creo en la grata mansedumbre de una manzana.
Y si de creer se trata, yo creo
en el día de Dios repartido en el cosmos
como un abanico que se abre
y cuyos rayos son caminos, tumultuosos caminos
por los cuales se despeña el hombre.
Creo en la santísima voluntad de estar
vivo donde estoy, bajo el fatalismo
de haber nacido una vez y dirigirme
hacia la muerte, sitio irreal, inconcebible,
donde es imposible permanecer.


Creo en la soledad del dulce sueño erótico
en la casa rodeada por el sueño y la soledad
en cuyo interior converso con el aire.
Creo en la virgen del retrato, en la madona
rodeada por la fuente, en la estatua
que eres tú, cuerpo del día, en el que creo
con todas las fuerzas de mi vida.


Soledad

Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.
Abiertamente solo, vas pensando, en la noche,
cómo engañar a la soledad
con un monólogo,
con un aplauso.


Ojitos de miope

Con esos mismos ojos miras al través
de la ventana, y ves el movimiento
efímero y eterno.
Con esos mismos ojos desnudaste
el cuerpo y sus prodigios,
el paisaje estelar.
Te sirvieron como peces,
te abrieron los caminos.
Mira como miran las distancias,
cómo observan el amor.
Despertaron tu sed,
demudaron tu silencio.
Son expresivos como cuencas de estrellas
y aunque los encierres con cristales
mirarán, mirarán,
mirarán
toda la vida.


Espacio

Escucha: qué silencio, qué silencio.
Me abraza el silencio como un padre
y como un padre de muerte me circunda.
Ni siquiera el sonido de las aguas.
Si cantara tres veces algún gallo.
Qué silencio, Dios mío, cuánta espuma
de tiempo se agolpa en la tristeza.
Ni siquiera el rumor de los espejos.
Un silencio absoluto de campana
sin vibración primera, sin el viento
que conversa entre hombres y árboles.
Qué soledad se junta en el silencio.
Escucha: qué silencio, qué silencio...


Breve tratado sobre el sueño

yo no digo que
la vida es un sueño
sino que sueño la vida
y vivo el sueño
tan intensamente
tan intensamente
que confundo la realidad.


El ciervo

Hundirme en tu belleza
tan hondo, tan en ti
que yo perezca en tu caricia,
que ni el agua de mis ojos
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o el silencio mismo
sean más que tu piel.
Soledad, milagro de tu frente,
en ti se advierte el ciervo
que dormita en el claro del bosque
y de pronto se pierde entre la yerba.
Qué más quisiera yo: ser ese ciervo,
entrar en tu piel como en un bosque
y escuchar el silencio del amor.


Viñeta

Cuando volví el rostro hacia Sodoma
tuve tiempo de ver al Ángel del Castigo
dudando ante la belleza de los adolescentes.


El lince

Para que el lince salte
a la neurótica cola del lobo
solo falta que el lince no tema.
El temor encrespa incluso la hirsuta
piel manchada, piel de lana fina
sobre la que duerme
sobre la maleza.
Para que el lince salte
es preciso quemar la noche,
tapar la dentellada lobuna,
ser conejo o perdiz.


Licantropía

Me comiera todas las ovejas
y al pastor también
me lo comiera.
Lo comería entre la yerba
revolcándole, mis fauces apretadas
sobre el cuello inmortal.
Hueso a hueso quebrado,
lana y sangre y cieno e infinito
tragaría con fuerza.
Todo el dolor del mundo
sería esa cena: crepúsculos,
bocados del olvido.
Me comería al silencio y a las horas
y al pastor y a las ovejas,
si pudiera.


El poeta

Yo soy el jorobado,
me retuerzo en la sábana nocturna
soñándome atleta.
Y soy el paralítico
en una silla dura y giradora,
la muchacha fea, el pederasta
cuando escupe la sal,
el corredor caído que gime
y se levanta y, sobre todo
se siente triunfador del mundo.
Soy la asesinada de aquel día
en el primer dolor de la cuchilla,
y el sacerdote muerto.