Por Nelson Machín
El majá siempre quiso matar cocuyos porque no soportaba su luz propia ni su vuelo tan alto. Lleno de odio veía sus luces volando en las noches. En un amanecer, decidió camuflase aprovechando su indeterminado color en el tronco del arbusto que da unas flores con aspecto de campanas. A una flor entró una mariposa que de repente se vio acorralada frente a la lengua viperina del reptil.
—¿Por qué me vas a comer? —preguntó la mariposa desde el fondo de la campana.
—No te voy a comer. Solo te voy a quitar las alas porque mientras hay luz del sol, vuelas de flor en flor y me fascinan tus colores.
—¿Si te gusta ver mis colores por qué me vas a dejar sin alas? Me moriré de hambre —dijo la mariposa—. Sabes que vivo de libar en las flores.
—En el pasado hubo flores que de no tener espinas para su defensa —afirmaba el majá— y no crecer tan alto, de ser tan pisoteadas por reptiles gigantes, adquirieron la costumbre de arrastrarse.
—Necesito mover mis alas para poder vibar. No me las quites y te prometo acompañarte.
—No, pues no confío en los que vuelan alto ni en los que tienen luces. Para que no sufras mirando los paisajes te sacaré los ojos, te guiarás por los míos, y junto a mí te arrastrarás toda tu vida.