Por Sandra M. Busto

Caminaba por el Prado cienfueguero y me detuve una vez más para mirar a esa figura que parece observar con elegancia y mirada afable a todo transeúnte. Muchos pasan por su lado sin percatarse y otros se detienen a hacerse la obligada foto junto a la estatua de tamaño natural, que engalana con su sombrero, su bastón y su sonrisa.

Sí, es el Benny Moré, un hombre que marcó un antes y un después en la música cubana. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Pero…

¿qué hace realmente que se le considere un icono de nuestra música? Recuerdo una vez que alguien me preguntó por qué Benny significa tanto para la música cubana.

Es cierto, aún tengo sus temas como favoritos y me emociono cada vez que los escucho. Sin embargo, no pertenezco ni siquiera a la generación que tuvo el privilegio de disfrutarlo en vivo. Mi mamá me contaba que cuando pequeña, desde el balcón de la casa de su abuela, escuchaba la vitrola de un bar que había en la esquina, y así, siendo muy niña, comenzó a descubrir aquella voz melodiosa y singular que luego, al ejercer como maestra de apreciación musical, llevó con admiración a su aula y nos lo presentó a todos sus estudiantes en aquellos discos de vinilo que ella atesoraba.

Hay hombres que dejan definitivamente su huella en la historia de manera  tan precisa, que se hace impensable hablar de la música cubana sin mencionarle. Y es que Benny Moré (Bartolomé Maximiliano Moré, Santa Isabel de las Lajas, 24 de agosto de 1919-La Habana, 19 de febrero de 1963) nace para convertirse en una de las figuras más grandes de nuestro pentagrama. En su voz, los géneros tradicionales de la música cubana alcanzan otra dimensión. No solamente se puede hablar de textos poéticos, melodías que nunca van a envejecer por su espléndido encanto, de esos arreglos orquestales que lo llevan a salones más grandes y lo hacen transitar por combinaciones de timbres osados. Pero sus mayores  aportes están en su magistral interpretación y en la manera en que desde una orquesta jazz band dejó muy alto el nivel de la música cubana.

Antes de él, los géneros de la música popular eran interpretados por formatos instrumentales más pequeños. El son, por ejemplo, llega del Oriente cubano a La Habana con el trío Matamoros; allí comienza toda una suerte de desarrollo, en la que se empieza a interpretar en los sextetos, septetos y conjuntos de sones. Aunque ya el formato jazz band, popular en la época del Benny, existía en nuestro país, es sin dudas su Banda Gigante la que rompe los cánones sonoros y los lleva, con todo su esplendor, hasta la cumbre de la popularidad de su época. Así conquista el mundo del cine, la televisión y los grandes shows de cabarets, centros nocturnos y teatros.

Pero en el Benny intervienen varios factores que van poco a poco conformando la genialidad que rodeó su creación y lo convirtió en imprescindible.

Benny imprime un sello muy personal a su obra, desde su vínculo al Casino de los Congos, en su natal Santa Isabel de las Lajas, en donde se nutre de los ritmos, instrumentos y modos de hacer de los descendientes de africanos. Allí aprende a tocar la percusión y comienza a interesarse por la guitarra. Por su precaria situación económica tiene que abandonar Lajas y busca trabajo en Vertientes, Camagüey. De allí se va a probar fortuna para La Habana. Por casualidad Siro Rodríguez1 lo escucha tocar en una fiesta y le presenta a Miguel Matamoros, quien lo contrata. Van a México (1945) y allí se vincula con el mundo sonoro que primaba, el de las jazz-bands. Con esta sonoridad aparece en varias películas de la época. Trabajó, entre otros, con Antonio Núñez, Rafael de la Paz y Dámaso Pérez Prado, junto a los cuales realizó varias grabaciones.

A su regreso a Cuba, en el año 1952, graba con Mariano Mercerón y trabaja en la orquesta de Bebo Valdés, hasta que decide hacer su propia Banda Gigante en 1953. En este momento de su vida, ya venía con una trayectoria musical de amplio espectro, que va desde los ritmos e instrumentos del Casino de los Congos, la trova y tríos como Matamoros; las orquestas jazz-bands con que se vincula en México y luego en Cuba; también la interpretación y el trabajo vocal, de los cuales se nutre primero con Matamoros, y luego en México, en donde une su voz a figuras como Lalo Montané y Pedro Vargas.

La inclusión de los instrumentos propios de la percusión cubana, los ritmos y melodías afrocubanas, su cuerda de aerófonos, que le permite ampliar las posibilidades para la armonización de las voces de estos instrumentos y su peculiar manera de trabajar sus propias y excelentes posibilidades vocales, hacen que muchos de nuestros géneros tengan con él otra repercusión.

Podía transitar desde el bolero a la rumba, pasar por la guaracha, por el son, con la misma maestría en todos. Los arropó de arreglos excelentes, tanto que hoy en día muchos aún  prefieren los originales de Benny, a otros más modernos. La manera de instrumentar, dándole a cada instrumento libertad tímbrica para lograr matices diversos. Esos mismos matices los logra en su voz. Cada frase, cada nota está muy bien cuidada, con una intensión, una intensidad y un timbre que hacen impecable su interpretación.  

Benny sabía trasmitir mensajes y emociones a través de la agógica, que no es más que ese juego del intérprete que consiste en la manera en que decide dar un color específico a cada momento de un tema. Esto se logra con la dinámica, es decir, intensidad del sonido, el ritardando de algunas frases, donde congelaba por instantes una frase y nos aprieta el corazón al escucharla. También en la dulzura o fuerza que podía impregnar a su voz, en dependencia del tema y del género. Le escuchamos muchas veces ese: Oh, vida, quedo, quejumbroso, que se siente cómo vibra en su voz la intensión. Por otro lado el brillo de Santa Isabel de las Lajas, querida; que resuena con alegría, como quien llama a la felicidad, o a la madre a la llegada a casa después del tiempo ausente. Ese Lajas, mi rincón querido, hace que uno vibre en la misma frecuencia; es genuino, auténtico en su emoción. Esa sinceridad en su decir, en su cantar, es la que lo hace también inigualable, eso lo siente quien lo escucha. Su voz acaricia, brilla, baila, reflexiona, pide perdón, amor; mientras juega con la percusión y los ritmos afrocubanos. Todo desde su centro, desde lo más genuino de un cubano que nunca perdió sus raíces, que aun con la fama que alcanzó, siguió teniendo sus animales, sus plantas, sus orígenes, esos que siempre lo hicieron un ser humano feliz. Su música, su ser, su cubanía, ese es su legado.

Benny es un referente obligatorio para intérpretes y estudiosos. También para aquellos que quieran disfrutar de uno de los mejores exponentes que ha tenido la música cubana. Dejó el peldaño muy alto para sus seguidores, por la manera en que se entregó y vivió cada una de sus interpretaciones. Su talento, sus condiciones excepcionales, su timbre vocal, su indiscutible buen gusto como intérprete, compositor, hacen que su obra  alcance la admiración que aún hoy se le tiene.

Poco se habla de él como compositor; si bien es cierto que llevó a la fama obras de muchos autores, entre los boleros de su autoría se encuentran: Ahora soy tan feliz, Amor fingido, Conocí la paz, Desdichado, Dolor y perdón, Mi amor fugaz, No te atrevas, Todo lo perdí… Son obras de gran valor, que requieren ser interpretadas no solamente con un excelente dominio vocal, sino también interpretativo.

Musicalizó décimas como si fuera una canción, lo hizo en los temas Santa Isabel de Las Lajas y Cienfuegos. Después de él, otros han andado por esos senderos, pero no se le puede quitar el valor que tiene y que se debe a sus raíces y el gran conocimiento de la música campesina y cubana en general. El musicalizar las décimas como canciones, con un acompañamiento que las hizo llegar a un público diverso, es sin dudas uno de sus aportes más genuinos.

Otra de sus singulares características es la de nunca haber estudiado música, era empírico. Sin embargo, su buen gusto, su sentido del metrorritmo y sus excelentes dotes musicales, unidos a su exquisito oído, le hicieron alcanzar logros que perpetuaron su obra.

Le ponía el alma y el corazón a cada canción, haciendo que el mensaje llegara a todos. Su voz ha quedado registrada en grabaciones, programas televisivos y películas, para suerte de las generaciones que no pudimos conocerle.

Hay obras que trascienden su época y se hacen atemporales. La del Benny es un claro ejemplo.

 

 

Bibliografía consultada

Busto, Marín, Sandra Margarita: Breve recuento histórico del devenir del Bolero en Cienfuegos. Ponencia presentada en el Evento Teórico del Festival Boleros de Oro, La Habana, 2016.

Giro; Radamés: Diccionario Enciclopédico de la música en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009.

Nota

1.- Siro Rodríguez, segunda voz y maracas del Trío Matamoros, junto a Miguel Matamoros, director, voz y guitarra prima y Rafael Cueto, guitarrista. acompañante.