Por José Ramón Calatayud

En este año 2021 se conmemora el centenario de la muerte de la eminentísima soprano y pedagoga  Ana Aguado, importante figura de la música cubana casi olvidada, que nació en Cienfuegos el 3 de mayo de 1866, cuya trayectoria artística y patriótica trascendió las fronteras de la Isla.

Todavía adolescente, inicia estudios musicales en su ciudad natal, los cuales continúa  en La Coruña, España,

a donde se traslada con su familia en 1878. Estudia canto con Antonio Diez y piano con el maestro Casas. Concluye sus estudios formales en 1883 y de inmediato, comienza su carrera artística cuando el Liceo Brigantino de La Coruña le firma un contrato para que se presentara en sus salones. Regresa a Cuba en 1885 y se instala en Cienfuegos, donde se presenta en la sociedad El Artesano y en el Liceo Artístico y Literario, con obras de los compositores Francisco Barbieri, Joaquín Gaztambide, Sebastián Güell, José Rogel, Enrique Campano y Laureano Fuentes Matons. El 8 de julio de 1888 se presentó en “El Artesano” acompañada por el compositor y pianista trinitario de renombre internacional Lico Jiménez.

En 1889, por razones políticas, emigra a Estados Unidos, y en Nueva York se reúne con el también notable músico cienfueguero Guillermo Tomás, a quien había conocido en 1885; contraen matrimonio y se establecen en Brooklyn, donde se integran al amplio movimiento de artistas independentistas, cantantes y ejecutantes, encabezados por el pianista y cantante Emilio Agramonte, el barítono Emilio Gogorza y los pianistas Josie Arias e Isabel Caballero, entre otros muchos que contribuyeron de modo notable al sostenimiento de la guerra anticolonialista.

El 7 de junio de 1890 José Martí la invitó a participar en una función patriótica, y en la carta de invitación le expresa: “Distinguida señora y amiga: Aprovecho la ocasión con gusto para comunicarle que la Comisión de la fiesta del Club le remite aparte siete papeletas para darle muestra anticipada del agradecimiento fraternal con que mis compañeros y yo estimamos la benevolencia con que se presta usted a ayudar, con la fama de su nombre y el encanto de su voz, a la fiesta de que va a ser usted principal ornamento. Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer. Lo muy atareada de mi vida y el temor de parecerle intruso, han sido la causa de que no fuese en persona, como me lo manda mi sincero afecto, a agradecer a usted y a su esposo el servicio que nos presta y es a mis ojos mucho mayor por lo espontáneo. Pero tendré, a la primera ocasión, especial placer en estrechar la mano del Señor Tomás y ponerme a los pies de nuestra noble y estimada artista”. En esa función, efectuada el 15 de junio de 1890 en la sala del Hardman Hall, Ana Aguado lograba sus primeros éxitos en Nueva York. El programa incluyó Vals y Stella de Amore, de Laureano Fuentes Matons y El Arpa, de Lico Jiménez, y la acompañaron el pianista Rafael Navarro y el flautista Guillermo Tomás.

En 1893 Ana Aguado, quien era conocida en los predios musicales como “La Calandria Cienfueguera”, ganó por oposición la plaza de soprano solista en la capilla de música de la iglesia de Francisco Javier del barrio de Brooklyn y obtuvo mucho prestigio por sus recitales en el Club patriótico cubano Los Independientes y en otras salas neoyorquinas, así como en la Escuela de Ópera y Oratorio de Emilio Agramonte.

Al terminar la guerra regresa a Cuba con su esposo, se radican en La Habana y es nombrada profesora de canto del Conservatorio Nacional de Música Hubert de Blanck. Siempre junto a Guillermo Tomás, desplegó una intensísima labor docente que incluyó creación de escuelas, conservatorios e instituciones como orquestas y bandas de música, en las que interpretaron tanto música cubana como internacional.

El 26 de diciembre de 1908 Ana Aguado hizo su última presentación en público en el Teatro Nacional (hoy Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso) acompañada por la Orquesta Sinfónica fundada y dirigida por Guillermo Tomás, con un programa que incluyó obras operísticas de Wolfang Amadeus Mozart y arias y escenas de Franz Schubert, Federico Chopin y Ludwig Van Beethoven, pero su obra docente continuó. En 1911 fue nombrada profesora de canto del Instituto Pedagógico, y en 1919, subdirectora de la Escuela Municipal de música de La Habana.

Fue una colaboradora excepcional de la obra magna de Guillermo Tomás, al punto que resulta imposible escribir sobre su vida sin que aparezca por aquí y por allá el nombre de Ana Aguado. Sus vidas, artísticamente hablando, son inseparables en todas sus facetas creativas como director de banda y orquesta, compositor, musicólogo y profesor, con una actividad fundacional inconmensurable en los tiempos iniciales de la República, sentando las bases del potente edificio que es la música en Cuba. El Conservatorio de Guanabacoa lleva el nombre del insigne músico cienfueguero.

El legado de esta gran artista y patriota y su relación con José Martí, que con tanta belleza lo expresó en la citada carta, debe ser conocido por las personas de hoy y protegido para que no se pierda en el olvido.

En el barrio de Punta Gorda existe un pequeño parque conocido como La Calandria dedicado a esta significativa mujer, realizado con la colaboración de Pura Carrizo, Eduardo Mustelier e Irán Millán, pero pocos saben de su historia y trascendencia; pues, a pesar de la intención, no se logra expresar la magnitud de su aporte. Considero que debiera colocarse un elemento más obvio, un busto o tarja, e incluirla en los planes de estudio o en la lista de valores culturales y sociales. Insuflarle vida al homenaje. Nunca olvidemos que “honrar honra”.

Tomado del periódico 5 de Septiembre (publicación digital). (N. del E.)