Por Reinaldo Ventura Gálvez Rodríguez
Llevas varias noches acechando la casa, horas, y más horas de vigilancia desde la oscuridad de un solitario parque a donde nadie viene. Un indefenso parque con los asientos rotos, y la hierba creciendo sin que a nadie le importe cortarla.
El edificio donde vive E, se recorta contra el cielo de la noche como una especie de torre inclinada, cual una sombra deformada que adquiere una configuración vagamente expresionista.
En el segundo piso las ventanas del apartamento de E, están iluminadas, y a cada rato la vez moviéndose, de la cocina al comedor, del comedor a la sala, y viceversa. E vive sola. Lo sabes desde la noche en que la viste por primera vez y decidiste seguirla. Ahora los ómnibus son tus cotos de caza. El olor que despide su trigueño cuerpo, su caminar despacio te sirvió de faro y guía.
La viste descender en aquella solitaria parada, y luego cruzar la Avenida. Cinco cuadras caminaste siguiendo sus pasos, luego torciste a la derecha para verla cruzar el puente metálico que separa los dos repartos. Abajo las oscuras y pútridas aguas del riachuelo parecen perderse en la violenta curva donde los matorrales. Y hasta seguro te imaginaste que era un magnifico sitio para esconder un cuerpo humano.
E, no te vio. No podía saber desde aquella noche te tenía detrás de sus pasos huellas como el sabueso a la zaga de la presa. Eso es para ti una presa, una apetitosa y deliciosa captura que no estás dispuesto a perder. Esta noche subirás a su apartamento, forzaras la cerradura cuidando de no hacer ruido. E estará profundamente dormida, confiada e ignorante de que un extraño acaba de irrumpir en su habitación.
—No va a dolerte— le dirás cuando la despiertes—. Te gusta que la victima te mire a los ojos antes de clavarle los colmillos en la yugular. No es nada personal, se trata de sobrevivencia, los vampiros necesitamos de la sangre humana para seguir preexistiendo.
Morderás ese cuello blanco —su hermoso cuello de muchacha— hasta sentir en tus labios el sabor dulzón de la sangre. La tarea te demorará escasos minutos y al dejarla otra vez en el lecho E habrá adquirido el tinte terroso de los que no pertenecen a este mundo. Solo entonces, abandonarás el lugar, tan silencioso como entraste.
Así siempre sucede contigo, nunca hay testigos, nunca dejas huellas, y por falta de evidencias la policía termina por cerrar un caso sin explicación científica. Máxime si se trata de una islita donde los policías tienen fama de materialistas y ateos. E sería la décima víctima, desde que, con pasaporte de turista, en un vuelo procedente de Nueva York, desembarcaste en el aeropuerto internacional, para traer al Caribe tu hambre milenaria, tu obsesión por la sangre.
Pero te espera una desagradable sorpresa. Estaré esperándote en el apartamento de E. Aunque la viste entrar, mis compañeros se encargaron de sacarla por el fondo del edificio. He estado investigando sobre la manera de acabar contigo: tengo una estaca de madera, mi pistola cargada con balas de plata, el frasco con el agua bendita.
Cometiste un lamentable error al subestimarnos, no voy a negar que al principio estuvimos un tanto desorientados, incluso llegamos a pensar se trataba de una maniobra del “enemigo imperialista”
Voy a cazarte como una fiera, como el maldito asesino que siempre has sido. E no lo sabe, no sabe que la he usado de señuelo, que durante días he faltado a casa con la sola intención de que no sospecharas de mi plan. Has cometido un lamentable error, descendiente del conde Drácula. Nunca debiste fijar tus oscuros y despreciables ojos en la mujer de un policía.
Con el anterior texto este autor de La Habana obtuvo 1ra. Mención en el género de Cuento para Adultos en el Concurso Nacional de Literatura “Benigno Rodríguez” (Los Arabos, Matanzas, Cuba, 2024). (N. del E.).