Por Rafael Alcides
enfermo de ser un orador con la boca cosida,
un violín prisionero en un estuche
cuya llave tiraron al océano desde un avión,
enfermo de ser un pájaro al que le fue prohibido cantar y volar,
enfermo de ser y no ser:
la mitad de mi vida condenada al silencio,
la otra mitad también.
Tanto he callado, Señor, que ya empiezo a parecer un cementerio.
Tú que amas lo sonoro y te encantas con el jazz y la rumba
y le encargaste a Vivaldi la música del amanecer
y recitas y lees en la alegría y en la angustia
y te sabes las claves de todos los cifrados,
sin esfuerzo comprenderás
esta carta que con el viento te envío.
Y lo que es peor, Señor: temo acostumbrarme,
temo terminar siendo una losa, un barrote,
una piedra, oh Dios, alguien que por no hacer ruido
ni a pensar se atrevería.
II
Silencio y aburrimiento:
me muero, oh Señor, de silencio y aburrimiento:
el silencio del preso que se ha acostumbrado a su confinamiento
y en la soledad de su celda se mira crecer las uñas
inmóvil como un día que ha pasado.
Hace falta que ocurra algo, Señor.