Por Jorge Ángel Hernández

 

Burla burlando

Con precisión y entereza el señor Búnquez ha advertido que no podremos burlarnos siquiera de la burla. ¡La burla ha sido siempre un mal innecesario y es necesario erradicarlo! Tan enérgicamente enfatizó que aplaudimos con énfasis sumario y nos sumamos con euforia sumaria a la consigna: «¡Abajo la burla!»
     Continuamos después con el axioma de campaña: «Burladores, ni los de Sevilla».
     El entusiasmo nos llevó a crear las activas Brigadas de Acción contra la Burla (nuestras gloriosas BAB) y a refrendar un reglamento penal para toda persona que incurra en el desliz de burlarse del prójimo, e incluso del no-prójimo que como acérrimo enemigo nos ha estado acechando.
     Como el señor Búnquez ha tomado el poder y su Partido, que es el nuestro, gobierna, han cesado las burlas y nadie se ha burlado de nadie nunca más, ni de la burla misma. La perfecta utopía se ha logrado y alcanzamos a ser, por fin y de una vez, los tristes más felices de todo el universo.

Nuestra exitosa visita al gabinete del señor Ramírez

Gracias a gestiones que mejor no contar, el señor Ramírez había accedido a recibirnos en su gabinete. Delicadeza excepcional, apuntó su asistente personal antes de hacernos pasar por el portón imponente del chalet. Tras la primera interrogante le brotó una sonrisa de condescendencia y se extendió en su historia. Peligros y aventuras heroicas entre calmas palabras y lejanos recuerdos. Vida pura de entrega y sacrificio.
     Entramos dispuestos a emplazarlo con preguntas incómodas. Que revelara por qué inventó terribles injurias contra nuestros padres; cómo siguió adelante con su cacería; cuándo se enriqueció con sus persecuciones, sus crueles interrogatorios y el posterior tráfico de propiedades, órganos y niños. Habíamos acordado prescindir de esos temas, pero no cumpliríamos la promesa. Las cámaras ocultas revelarían que sus gestos lo inculpaban una vez que lo hiciéramos viral.
     A la segunda interrogante, retadora y directa, respondió con parsimonia vaga, demorando en detalles y paisajes. La desesperación de nuestros rostros se expandía mucho más que sus épicos recuerdos cuando en el gabinete entró su asistente personal: se terminaba el tiempo concedido. Dijo además que el señor Ramírez seguía delicado de salud, que no soportaría extenuantes interrogatorios y que acudía, por eso, a nuestra humanitaria comprensión.
     En tropel lo acusamos a golpe de preguntas, inquisidores e incómodos, a la vez y dejando que la injuria se explayara hasta el caos. Los guardias de seguridad requisaron las cámaras ocultas y nos llevaron, tras leves forcejeos, hasta la policía, que detrás del portón había esperado.
     Muchos medios de prensa reportaron y el video fue viral, pero apenas listaban las preguntas incómodas, de inequívoco signo inculpatorio. Preferían enfocar nuestra violencia, la cólera en los rostros y el desafío a la suntuosa propiedad privada. Nuestro desprecio al respeto era tendencia, y nuestra ira latente, acumulada, traslucida en los gestos que inculpaban. Brillaba siempre, eso sí, la perfecta sonrisa de condescendencia con la que se enfrentaba a las cámaras el señor Ramírez. Parecía conmovido, o asombrado, en lo más hondo dolido por la absurda violencia de que fuera víctima.