Por Diane Lyx  

 

Soy un cuerpo líquido,
gotas pegadas a otras gotas,
millones halando hacia todas partes.
Desmembrándome.
Se licuan. Me mojan. Hierven.
Van a disolverme así, sin más,
como si yo sólo fuera un cuerpo líquido.

Abren sus bocas.
Jadean, respiran.
Pegajosas.
Intentan regresar a la superficie.
Inhalan. Exhalan.
Mis pasos asmáticos van dejando un reguero

de efes y jotas mojadas sobre el pavimento.
Un aguacero de rayos torrenciales.
Huellas, mis huellas.


Bajo la densidad acuosa del tiempo,
una palabra se escapa por mi mano,
pero no una palabra escrita sino una canción multiplicada:
los dedos, una bocina, la palma, brazos y pies, la boca.
El silencio es un grito mudo.
Los ojos son dados incandescentes.

Voy a jugar sobre la ruleta de la canción, 
mientras el mundo gira y no puedo desmadejarlo.
Las hebras se escapan,
se enredan sobre mi voz
y no la dejan estallar como a la tormenta.
Como a las gotas al reventarse contra el piso.

Y el agua y las hojas y el fuego en la espiral

de una lluviosa canción de primavera.
Todas mis voces están calladas ahora.
Soy un cuerpo líquido.