La ciudad se ha puesto vieja:
 lleva desgarrado el traje,
 le ha corrido el maquillaje
 y se despintó una ceja.
 Tiene colgada una reja,
 con óxido en el costado;
 un bache se le ha borrado
 en un profundo agujero
 y no encuentra un cerrajero,
 que le arregle su candado.
 La ciudad, cómo bosteza,
 cuando apenas dan las diez;
 se le han hinchado los pies
 y come de su pereza.
 La digiera con tristeza
 por ser bocado aburrido;
tose en pañuelo zurcido
 un catarro mal cuidado
 y no se acuesta de lado
 para roncar y hacer ruido.
 Pero mi ciudad se extiende
 hacia el mar con alegría;
 allí la noche es el día
 y su sonrisa distiende
 por la costa que defiende
 un muro de espumas, largo.
 Renace, deja el letargo:
 Canta, ríe, baila, sueña.
 Me hace feliz, porque es dueña:
 de lo dulce y de lo amargo.
 
											 
   
  
 
						













