Son los canteros del asombro, los imaginados
canteros en la dicha del patio.
Aquí las hortalizas
se anuncian discretamente. A solas,
mendigan su siesta los reptiles
bajo los gandules y la hojarasca. Los puerros
van deslumbrando el acoso de las sombras.
Y el viento seduce como algarabía
en los cabellos de otro siglo,
y son hierbas las amarguras del mundo
grabadas sobre la raíz que lo levanta.
Pero sonríen de pronto
el orégano y el anís que custodia la tarde,
las albahacas de trajes balbucientes y morados,
mientras los nervios perpetuos del tilo
convidan, sin saberlo,
a andar de ombligos cruzados.
¡Hondos son los recuerdos
—qué importa—
en la garganta feliz del patio!