Por Arieski Castillo

 

I
¿Dónde estás cuando esta playa
grita una fuga de huellas 
sin tus manos? Epopeyas 
rugen en mi cruel muralla 
de recuerdos. Mira y calla
si en el rostro de los puentes 
te visito. No lamentes 
la ceniza, ni el encierro.
Vivo tu ayer, no lo entierro, 
se abraza a mí, no lo cuentes.


II
El silencio de las aves 
parte el mar como Moisés,
y este éxodo sin es-
pada no llega, lo sabes.
Sigo en la cruz, no me alabes,
no traigo fe, ni camino,
no soy monje, ni rabino, 
soy el vals de las ojeras.
Sálvate tú, no me quieras,
con lástima no germino.


III
El hombre que va a morir 
no soy yo, quedó en mi sombra
guardando el tiempo que nombra 
las heridas al partir 
infértil. Yo he de seguir 
sin el peso de esas penas 
que muerden como las hienas 
el alba atroz del dolor.
La aurora se va, ¡qué horror! 
Ya son más sabias mis venas.


IV
La muchacha de cristal
que se quiebra sobre el suelo
no eres tú, es un señuelo 
inquisidor y mortal.
Tú no te apagues, ven al 
sagrado umbral de esta luz.
No mires atrás y hoy bus-
ca en tu ser lo que retumba, 
desaparece esa tumba, 
despréndete de la cruz.