Por Arístides Vega

Te aguarda un milagro
en el verano que sostiene
con sobrenatural bronceado
y la asfixia
que nos voltea hacia la otra serenidad
en que hemos dejado de existir.
Bajo las sábanas amarillentas
como papel de un diario
que anuncia el final de un siglo
o la próxima guerra,
nos aliviamos,
en la casa familiar,
junto a los hijos
y nuestros envejecidos padres
cuyos hombros siguen sosteniendo al país
y su grave oscuridad del otro mundo.

Escucho cómo me sumerjo
en los similares días
en que has querido besar mis labios
para forzarlos a dialogar.


Las perlas de tu boca. Eliseo Grenet

Atravieso tu cuerpo
sin la penumbra
que las aves abandonan
con la soberbia
al saberse inútiles.

Ya no son de fiar
las que vuelan
en los silenciosos espacios
y se apropian del sonido
de este mundo.
En nuestras bocas
abiertas a toda profanación
hemos disfrutado de ese silencio.

Mis labios han desfallecido
al pronunciar una verdad.

La serenidad de nada serviría
si es a ti a quien busco
entre tantos desconocidos,
tantos antifaces
en los que se esconden otros.

Hay un mínimo espacio
en tu cuerpo,
casi imperceptible,
como un secreto,
en que acomodo mi fragilidad.

He venido hasta aquí a morir
para avivar tu olor,
olvidar tus mentiras,
conciliar tus miedos.
Entre mis manos
que vadean tu sexo
se escapan las aves
sin sospechar
que tras ella la luna se marcha
dejándonos solos.


Sobre mi corazón

4

                a María Rita Águila


La noche fugada de mi carne
acerca el fuego a nuestros pechos.
Haz amor, de mí, la llama que aleje
con inocente roce
el frío rayo del amanecer.
No me dejaré atrapar
sabiendo que me esperas junto al árbol
sumergido en la espléndida eternidad.
No trates de entender el susurro
de las hojas
cuando mecen los troncos más erguidos,
sin retornar.
Así se marchan con el secreto
que solo concede Dios.

De Días a la deriva, Reina del mar editores, Cienfuegos, 2003. (N. del E.).