Por Sylvia Zárate Mancha

 

Las cosas y los lugares se hacen viejos,
van perdiendo encanto,
hasta su olor cambia.

Los años y el recuerdo son opositores,
regresamos a espacios vividos.
No los reconocemos.
Al poeta le asiste la razón:
“A los lugares donde fuimos felices no debemos volver.”

Ellos nos sienten como extraños,
intentamos hablarles,
revivir los momentos,
la magia,
lo subyugante del pasado,
el hechizo ya no es,
todo ha cambiado.
Tal vez sea yo,
no obstante, persisten,
con rostro cansado,
brazos cenizos,

esfumadas nubes,
muros sin alma,
voces extraviadas,
la permanencia no es eterna,
el recuerdo sí lo es como nosotros
en los lugares que nos acechan,
alaridos ausentes,
grietas discordantes,
penumbras iluminadas,
suspiros vacíos,
calles sin pasos,
días sembrados en la memoria
abismal de cada latido herido, viviente.

 

Tu voz

Has oído el murmullo del mar en los caracoles.
Pienso que sí.
La lluvia cuando cae en el primer mes del estío,
el ruido de las hojas que se deslizan a tus pies en el otoño,
una bella melodía al oído,
los sonidos impactantes del bosque,
las notas musicales que corren por un río cristalino.
Has visto la hermosa luna plateada de octubre
que rivaliza con la de enero,
el lucero de la tarde que es Venus,
y has percibido el cálido y nostálgico aroma de los pinos en diciembre.
Todo eso es un caleidoscopio maravilloso
que nutre nuestros sentidos y al alma.
Así es tu voz para mí…
Ella forma parte de mi mundo,
por eso reclamo a los cuatro vientos
cuando ellos se niegan a transportarla,
porque me privan del sonido que produce tu voz
inmortalizada en el sendero de mi mente y de mi vida.

 

Despedida

Tu mirada húmeda y amorosa
envolvió y atrapó para siempre la mía,
habló lo que nunca escuché en toda una vida;
tus labios musitaron palabras
que no entendí
bajo la luz cálida de tu ser;
me miraste triste,
una lágrima escondida…
después el agua lloró.

 

Otras calles

Desde mi infancia estaban
como los bosques verdes o nevados de aquel lejano sueño
levitando en los años de mi respiración.
Gris perpetuo, donde se acumulan los pasos que fuimos,
esas calles han sostenido los míos,
pisadas haciendo destino.
Desde el abismo de mis años,
entreverados por la maravilla de la vida,
esas calles me llevaron a tu sonrisa triste;
muro insalvable,
lado oscuro de aquel hombre buscado por mis ojos,
seguido por mis pies
y que inmortalizó sus huellas en mi senda.
Tanto, que el Sena conoce mi mirada sin él.

 

¿Quién?

Y si toco el timbre de mi vieja casa…
¿quién responderá?

 

El mundo cambió

El ruido interrumpió mis sueños.
¿Qué día es?
Todos parecen iguales.
El tiempo se detuvo
y olvida cómo era el mundo.
Una nube de pánico envuelve al planeta.
El silencio habita,
escucho la melodía de aguas cristalinas,
veo incesantes pisadas entrar a hospitales
y salir de ellos sin pisar;
la fauna va por su hábitat invadido,
la capa de ozono se rehabilita;
el máximo depredador está enjaulado,
percibo su terror;
cerdos empresariales se niegan a cerrar la caja dorada,
la miseria y el desempleo se arrastran,
un mal invisible domina al gigante,
modos de vida y sentir cambian,
seres caminan con rostros cubiertos,
persiste la incredulidad,
desesperación y depresión pintan las casas;
la salud se percibe como un valor fundamental de la vida.
Batas blancas con aspecto de astronautas se multiplican
y los cementerios emergen como un destino final anticipado.

 

Tu sombra

La aurora se viste al amanecer de tonos ámbar
y despliega tus ojos profanos que el crepúsculo extraña
al degradarse por las tardes
cuando se difumina su rostro muriente.
Las primeras gotas de enero desecharon tus vacías palabras,
el viento helado esclareció mi mente.
Ya no estarás más en las canteras rebeldes
que abrazaron tu sombra,
ni oirás la hierba crujir bajo tus pies callosos
donde la limitación echó raíces.
Las mariposas etéreas y flotantes de un lago ensimismado
ya no sabrán de tu mirada esquiva,
hasta la mesa donde bebías las horas serpenteadas
se habrán mudado dejando una horadación donde nada crece.
Lo más devastador es que ya no estarás.
Vacíos los destellos de mis hirvientes pupilas.
Las palabras temblando de la mano poética
permanecerán en la herrumbe del olvido,
como la débil gota de la esperanza
que oscila en los pasos rotos y en la confusión de tu ser,
minando tu sombra.

 

El grito del planeta azul

La Antártida se deshiela,
Australia sufre las llamas perpetuas de la voracidad execrable
del hombre,
las mariposas monarcas no encuentran aquel paraíso
que las albergaba cada año,
bosques talados se siembran con dinero sucio
y seres despreciables los reptan,
mares lloran y la espuma sostiene los pedazos
de una frágil esperanza de vida,
un ancla voraz corre desesperadamente atropellando
a mil hipocampos y un olvido,
ballenas abortan plásticos,
azules aguas son mancilladas con deshechos humanos;
los sonidos musicales de la naturaleza apagándose están
como el recuerdo en el alma,
como aquellos aleteos, rugidos, barritos, gemidos,
ululaciones, garlados, bramidos, ajeos, graznidos,
gamitidos, aullidos, trisados, silbos, tauteos, arrullos
y el imponente himplar de la pantera:
se apagan, se los ha llevado el depredador más temible,
el hombre.
Montañas, bosques, valles y reservas ecológicas
han sido brutalmente torturados y violados
por asfalto, ladrillos, cementos y oscuros intereses económicos
vestidos de cuello blanco sucio.
El mundo se apaga, la tierra tiembla,
el aire se asfixia,
los silencios de la ecología son lamentos mudos.
El ruido de la risa de los niños jugando en las calles
ha sido cambiado por un ruido constante:
clics, timbres de teléfonos celulares y computadoras.
Las estaciones del año se mezclan,
la civilización tecnológica nos atrapa con sus garras
y de su hocico penden billetes de todos los colores.
Un agujero negro se expande
y cabalga libre e impune el jinete de las epidemias
montado a todo galope en el insaciable poder político y económico.