Por Marcos Rodríguez

 

Ahora sólo queda el viento
el viento que sopla sobre la ausencia de colores
sobre los grises y negros que se clavan
como estacas frías en el tiempo.
Y se oye el susurro de lo que ya no existe,
de las ideas macabras de otras épocas
de la burla fría y persistente.
Se escucha el chasquido
de los cerebros que cavilan,
se huele la carne quemada de los dedos
que se aprietan sobre el hierro candente.
La madre de la serpiente y la serpiente,
y el engendro que late en el seno de la serpiente,
un cuello que se quiebra
y el quejido que nunca brotó,
se conjugan para insinuar
la sombra de la muerte y el olvido.
Duros sonidos de caras
que se caen rojas de vergüenza,
y se rompen derramando el líquido prohibido.

Luces extrañas que se enmohecen.
La vocecita del recuerdo...
todo lo oscuro, todo lo negro,
de lo que fluye sin detenerse,
esas voces que pregonan para la venta del honor,
honor barato, de fabricación casera.
Seniles sombras que se agolpan,
¿quién da más en la subasta de los virgos?
Y de nuevo las voces
que pregonan para la venta del honor,
honor barato, de fabricación casera.
Es la imagen fría de un sueño,
una impresión, la huella de lo que ha sido,
el hombre del lobo que ha bebido sangre,
la voz del muerto o del que va a morir.
/Ese ruido tenaz, insólito,
que repite la letanía del absurdo/.