Por Jaime Sabines
Tienes en verdad el tipo de belleza del Renacimiento. Aquellas madonas rollizas, estallantes, nido de lujuria y de pecado, provocando pensamientos no muy santos...
Pero tu rostro salvador establece el equilibrio.
Tu cabeza es de niña sometida al sueño.
Gestos de picardía, a veces, la levantan en encanto particular, y uno está de acuerdo ya con esa clara presencia de milagro.
El ovalo, la línea de besos que te dibuja, esa atmósfera enrarecida que te envuelve, todo te hace como una estampa antigua, viviente y transfigurada. En una palabra: linda, relinda. Como para adorarte siempre; como para estarte sintiendo aquí tan necesaria, tan íntima, tan mía.