Por Cristina Piña

(a la memoria de mi hermana)

Sin embargo,
no era eso lo que quise decirte
en tantos años
de escribir tu nombre.

Quise nombrar la alegría compartida,
las noches en que las manos juntas
nos ayudaron a cruzar el miedo,
la envidia y el amor,
sobre todo el amor,
tan poco dicho,
tan sabido.

Quise decir la adolescencia,
el viaje que fue el tesoro del pirata
porque estaban las cartas,
los secretos,

tanto de sabernos
en tantos días separadas.

Quise decirte,
y no hay reemplazo ni palabras,
que a veces todo se confunde
y camino insomne por la casa;
a pesar de los años,
los amigos,
queda un rincón en llamas,
un hueco insoportable,
algo que sangra.

(de Pie de guerra, 1988)


II

Se prueba las palabras nuevas
como cuentas de un collar:
corales las vocales,
oro batido o plata sin pulir
las consonantes.
En el fondo de la voz,
metales bajos,
materia radiactiva
para sellar la boca del ajeno
que se atreve a hablar.


IX

Hablar el lenguaje de las islas
es nadar hacia atrás,
pegar el salto a un futuro anterior:
colgarse pendientes de la boca,
collares de la palma de la voz,
incendiarse en un fuego
incesante.

(de Taller de la memoria, 1998)


Bajo la metralla

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD, la metralla enemiga ha convertido las plazas en agujeros de noche, los pájaros del balcón, en siluetas oscuras que atraviesan el aire como signos del desastre.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y el rumor de pies en desbandada carcome los costados del silencio, ni siquiera un instante se ha escuchado una débil voz humana en el fragor de la batalla.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y desde las alcantarillas —que hasta ayer transportaban el pesado cargamento de los sueños— granadas ocultas, minas traicioneras han hecho saltar en pedazos el mundo familiar.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y ella, en medio del derrumbe, ha tomado su maleta, la jaula del gato y un par de plantas para unirse a la caravana que parte en desorden de la tierra devastada.

Pero al llegar a la glorieta donde nació el amor, a los árboles gemelos que las balas enemigas perdonaron, ha levantado —con la maleta y el gato y las dos plantas— una tienda de campaña donde lo espera, invencible, con una rosa entre los labios y la canción que cantaba y cantará en sus brazos.

(de Pasajera en tránsito, 2006)


y el pájaro voló de la rama,
el gato escapó de abajo
de las mantas,
el pez dorado se escondió
entre las piedras
del acuario
todo lo pequeño
nos ha abandonado
vida mía
y apenas nos tenemos
vos y yo
en la quietud de la
madrugada

(de Magia blanca, 2008)


Hermandad

Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y accidentados,
amputados y aplastados por el dolor,
          yo me he unido a ustedes
          desde el grito sin descanso,
          yo comulgué con ustedes
          desde la miseria de un cuerpo
          que se niega a obedecer,
          un cuerpo autónomo en su forma de sufrir
          de pedir un remedio
          para el daño inaguantable.

Hermanos infartados,
tuberculosos y con delirium tremens,
con el pie baldado por la parálisis cerebral,
con el páncreas hecho trizas por la infección,
          yo como de su mesa y mendigo su pan,
          yo busco en la bella analgesia
          el olvido de la sierra que pulveriza mis huesos,
          yo comparto en la desgracia de un cuerpo
          herido por la enfermedad,
          la condición humana abyecta
          que nos hace más hermanos
          que el amor.


Hermanos sin alivio ni cordura,
hermanos en la escrófula y el herpes,
picados de viruelas, trozados por la peste,
ahogándose en un enfisema atroz,
          yo sé lo que se siente cuando todo el universo
          se reduce a un punto que entra en erupción
          y la lava del dolor nos arrastra
                                                         nos crucifica
                                                                            nos cunde
          plegados en el grito y la experiencia del filo
          en las entrañas o en el hueso.


Hermanos en el dolor del cuerpo,
hermanos en la bilis que se vuelca,
las células que, enloquecidas, se devoran a sí mismas,
en el aullido silencioso de la noche de hospital,
en la plegaria entrecortada rumbo al quirófano,
          yo he comido la carne del delirio por el dolor
          que no cesa,
          he bebido el acíbar de la caricia que no calma,
          he conocido la magia sin par de la morfina que de pronto sí,
          de pronto envuelve los nervios calcinados
          con su lienzo y su consuelo.


Hermanos cancerosos, hemipléjicos
o atravesados por una bayoneta,
          somos la idéntica carne irredenta,
          el mismo grito estentóreo o silencioso
          donde claudica nuestra especie.

(de Meditaciones orgánicas, 2011)


Azucena

Más bella todavía
con tu nombre verdadero
lilium candidum
que evoca tu condición pura,
blanquísima y perfecta,
me saliste al paso en los
Royal Botanic Gardens
de Kew.


No importaron, de pronto,
tus hermanas
amabile, distichum, fargesii
ni los sentidos infinitos
que podían despertar
peregrinum, paradoxus, amoenus
porque estabas elegida para mí
desde tu corola curvada
y tu aroma a anunciación
y claustro.


Lilium candidum
:
ni mi mano se convirtió en pistilo
ni mi cuello en tallo aéreo,
no se abrieron surcos para
dar espacio a mi raíz,
pero un leve velo blanco
se tendió
entre tus flores y mi rostro:
promesa de una futura mutación.

(de En la orilla del cuerpo, 2015)