Por: Tal Nitzán
Estamos frente a frente,
de espaldas a las desgracias del mundo.
Tras los ojos cerrados
y las cortinas corridas
azotan de repente
el siroco y la guerra.
El siroco se calmará antes,
la leve brisa
no revivirá a los muchachos baleados,
no enfriará
la furia de los vivos
El incendio
aunque demore ha de llegar,
“muchas aguas no podrán,” etc.,
nuestros brazos no alcanzan más allá
de nuestro cuerpo:
somos una masa azuzada
a aferrarnos y mordernos,
amurallarnos en la cama
mientras arriba, en el ozono,
se abre una sonrisa burlona.
“Las muchas aguas no podrán apagar el amor”, Cantares 8:7
El punto de la ternura
…a la hora en la que estamos
temblando de ternura
labios que hubieran besado
forman plegarias a piedra rota.
T. S. Eliot
Aquí reside la ternura.
Aun si al corazón, en su mutismo,
se lo tragó la ciudad como a una piedra,
debes saber: éste es el punto de la ternura.
Dame tu mano en el mundo.
Vi a una madre hablándole rencorosa a su hijo,
asolándolo con palabras;
vi plegarse un edificio hasta el polvo,
con lentitud, un piso dentro de otro.
Cuánto debemos apiadarnos,
cuánto apaciguar.
Cuando se cierra la noche
sobre una nuca no besada
ya no hay remedio:
todo ahogo
en cada garganta,
tiene sólo una cura –
mira, simplemente, éste es el punto.
Tarde con niña
Te levantaste con mejillas ardientes
y la carita contraída por la pena de despertar.
Tristeza de tres años:
presentimiento de las tristezas que aún te aguardan.
Qué podría consolarte.
Sigo escribiendo con una mano,
acariciándote con la otra.
Tú no piensas en mí —
quizás en un caramelo o un león,
quizás en un tren.
Yo tampoco pienso en ti —
en la fría bruma de enero
que flotaría entre la pantalla y yo
si no te acurrucaras aquí.
Ahora empiezas a impacientarte.
Yo también:
Me estorbas escribir el poema sobre ti.
Si
Si se me diera un animal de soledad
sería un flamenco.
Su mancha rosa se vislumbraría desde lejos,
sus pies aparentemente vacilantes
danzarían un círculo en torno a mí
y su cuello fino encontraría siempre
la ínfima distancia
entre mí y cualquiera
y se cerraría, leal, sobre mi cuello.
La que nació sin lengua materna
caminará toda su vida
en su propio rastro
Su sótano se exhibirá sobre su cabeza
su casa no sabrá
que es su casa
A veces un pájaro muerto
se deslizará bajo su pie
fingiéndose tentadora hoja de otoño
el caramelo de otrora se disuelve sobre su lengua
al clavo oxidado sigue incrustado en su garganta
La que nació sin lengua materna
ya nunca soltará su lengua de niña.
Una breve historia
Ya no hay quien recuerde entre nosotros
cuánto tiempo estamos esperando
una blanca ola ciega que arrase con eso
cuya mera memoria basta
para oprimir el pecho en la mañana,
la tráquea en la noche
porque los enjambres de hormigas expulsados
vuelven a ennegrecer nuestras casas,
y el agua hirviente salta de las tazas de porcelana
a nuestras caras
y cuchillos hartos de la carne de fresas
buscan nuestros dedos.
Cuándo se calmarán los pedazos de papel
que revolotean por el aire, bajarán al polvo
los trozos del hechizo inútil?
Lo que sonaba a lluvia eran escombros
apilándose en un montón.
Lo que sonaba a llanto era llanto.
Hace ya tiempo que necesitamos un nuevo desastre
que arrase con los restos de nuestro desastre.
Así
El gato que escapa en un arco perfecto
saltando por encima del seto,
los niños, riéndose trás la pared,
no sabrán cómo ataca la pena
como una voz cuyo lamento incesante
se oye de repente.
Qué heroica paciencia
tuvo aquel frágil profesor de piano, cómo,
cuando todos los demás se marcharon
uno por uno, desviando la mirada,
me quedé la última, por la música,
o la fragilidad. Las manos
todavía sujetan el libro
cuando se cierran los ojos, así
deberíamos aferrarnos al amor
porque, al igual que una estrella, nos acoge de noche
aun después de consumido.
(Nana)
Imagínate, cada vez
que cierras los ojos
eres olvidada.
Imagínate, cada vez
que te duermes, cándida como un niño,
eres olvidada por algún alma.
Imagínate, cada vez
que te duermes sin duda sin miedo
sin guardia, eres olvidada por esa alma
en la cual quisiste ser recordada.
Cada vez que me es posible salir
me dedico a mirar las nubes
porque su color no tiene un nombre que debería recordar
porque no les importa quien comete qué cosa ahí abajo
porque me hacen inclinar la cabeza hacia atrás
y acarician mis sienes con sus bordes
porque se desprenden de sí mismas y una de otra
sin dolor ni culpa
porque no respetan sus propios límites
ni la ficción del cielo
porque no se puede mirar la misma nube dos veces
por tanto
miro las nubes
cada vez que se me permite salir
al patio del gran, gran instituto
que se extiende, según dicen,
hasta los confines de la tierra.
El tercer niño
Yo soy tu hijo desconocido.
Yo soy el negativo
entre tus dos niños de ojos azules
que irradian contra mi oscuridad.
Yo soy tu olvidado, tu disipado, soy el que
echas a puntapiés.
Yo me hinco —mientras ellos
cierran los ojos y tienden sus brazos hacia el regalo—
como clamando por el golpe
que no se dará.
Me alimento del rastro de su chocolate,
del crujido del celofán.
De noche me encojo en el rincón
de sus camas, donde los rodean
pequeños animales de peluche
como trinchera contra cualquier mal,
acechando el ritual nocturno,
cuando pisarás mis pies sin advertirlo
y te inclinarás a alisar sus mantas enrolladas.
Cuando cierres tus ojos
(¡verdes como los míos!)
me deslizaré bajo tus párpados para susurrar:
“mamá”.
Si tratas de apartar el horror de mi cara
descubrirás, avergonzada,
que ni sabes mi nombre.
Mira
No es un banco verde en la habitación de los niños
es un cocodrilo
No es un cocodrilo
es el futuro:
he aquí el lento giro de sus ojos
el terrible chasqueo de sus mandíbulas
Pero, ¿dónde están los niños?
No es la habitación de los niños
es la habitación de la niñez
Mírate a ti parada en ella
con tu vestidito y tu boquita sellada
y todo tu cocodrilo por delante.
Todos los poemas provienen de la colección ‘Atlantis’ (Israel, 2019)