XIII
Por Saint-John Perse
¡Pájaros, lanzas levantadas por todas las fronteras del hombre!
El ala pujante y sosegada y el ojo levantado por secreciones muy puras, avanzan y se nos anticipan con las franquicias de ultramar, como en las Balanzas y Mostradores de un levante eterno. Son los peregrinos de una larga peregrinación, Cruzados de un eterno Año Mil. Y de igual modo fueron cruzados sobre la cruz de sus alas… ¿Ninguna mar cargada de barcos ha conocido jamás un concierto igual de velas y alas sobre la feliz vastedad?
Con todas las cosas errantes por el mundo y que son cosas en el curso de una hora, ellos van adonde van todos los pájaros del mundo, hacia su destino de seres creados… Adonde va el propio movimiento de las cosas, en su crecida, adonde va el curso mismo del cielo, sobre su rueda, a esa inmensidad de vivir y de crear que conmoviera la más grande noche de mayo, ellos van, y doblando mucho más cabos de los que se alzan en nuestros sueños, pasan y nos dejan en el Océano de cosas libres y no libres…
Ignorantes de su sombra y sin saber de la muerte más que eso inmortal que se consume al ruido lejano de las vastas aguas, ellos pasan, nos dejan y ya no somos los mismos. Son el espacio atravesado por un solo pensamiento.
¡Laconismos de ala! Oh mutismo de los fuertes… Mudos son ellos y de alto vuelo en la enorme noche del hombre. Mas en la arbolada, extranjeros, descienden hacia nosotros, vestidos de los colores del alba —entre el alquitrán y la escarcha— que son los mismos colores de lo hondo del hombre… Y de tal alborada de frescor, como una ondulación muy pura, legan en nosotros alguna parte del sueño de la creación.
De: El mar como el cielo. Ediciones La Luz, La Habana, Holguín, Cuba, 2004.