Mediodía. En el centro del comedor, una mesa de formica de dimensiones regulares. Una silla, un sillón de mimbre, un combinado. Se oyen discos de 78 R.P.M. de Alberto Margal e Ignacio Corsini. Entra un poco de sol por una ventana exigua, sin cortinado. En las paredes, un crucifijo de aleación incierta, fotos de un niño serio y sonrientes personas mayores, y un calendario que estipula una fecha del pasado. Adornos de cerámica y un cenicero de vidrio sobre el combinado, donde también se encuentra una lámpara sobre una carpetita de ñandutí.
Aparece el hombre desde la cocina. Viste una camisa blanca, de manga corta, con los dos botones superiores desabrochados y un pantalón beige demasiado grueso. Está calzado con chinelas y tiene colocado un delantal. Es flaco y alto en exceso, de nariz respingada y cabello castaño, largo y descuidado.
Trae un mantel celeste con el que cubre la tabla de la mesa y una servilleta haciendo juego, la cual acomoda. Se lo ve contento y en paz. Sale. Es pronunciado el aroma de una sopa especiosa.
Entra con una panera de plástico flexible con grisines malteados, manteca y sal que coloca sobre la mesa. Sale. Se lo oye silbar durante unos segundos.
Entra trayendo la frutera y un huevo duro sin descascarar en un platito. Sale.
Entra con las angarillas (y sus frascos con aceite y vinagre) y los cubiertos. Ubica los elementos sobria y aplicadamente. Elige el mejor sitio para cada cosa. Sale.
Entra con una mesita rodante sobre la que se halla una sopera con su cucharón, platos, una botella de un cuarto litro de vino blanco común, un sifón, una copa y un sacacorchos. Pone sobre la mesa el vino, la soda, la copa, el sacacorchos y un plato hondo. Sale.
Entra trayendo un plato con buñuelos de dulce de batata. Y una ensalada de apio y remolacha. Y hasta un platito con queso rayado. Sale.
Entra, ya sin el delantal, trayendo mostaza, pickles, escarbadientes. Los coloca y reordena. Acerca su silla y se sienta.
Descascara el huevo, lo sala. Unta con manteca un grisín. Echa sal sobre ese grisín. Prepara la ensalada. Lustra una manzana. Descorcha la botella de vino. Se sirve vino. Sin soda. Se sirve la humeante sopa. Sopla el humito. Le echa queso. Vuelve a soplar. Le echa pedacitos de uno de los grisines de la panera. Revuelve. Pincha trocitos de apio.
El tenedor llega cerca de su boca, pero no logra abrirla. Deja el tenedor en la ensaladera. Agrega un chorro de vinagre. Revuelve la ensalada.
Lleva el vaso de vino a sus labios. Estos no se entreabren. Se le vuelca vino. Deja el vaso en la mesa. Toma la servilleta, se limpia.
Toma el grisín con manteca y sal. Intenta morderlo. No puede. Se inquieta. Deja el grisín en la mesa.
Toma el huevo duro. Procura morderlo. No puede. Se le tensan los brazos y las manos y los dedos. Deja el huevo en el platito. Toma el cuchillo. Corta el huevo en rodajas sobre la ensalada.
Toma el vaso de vino. No logra beber. Lo deja en la mesa. Se contiene. Coloca el dedo mayor de su mano izquierda sobre la tapa agujereada del salero y lleva ese dedo, con algún grano de sal, hasta su lengua.
Procura que la cuchara con sopa se inserte en sus labios. Estos se abren, pero no sus dientes. Tira la cuchara en el plato. Vuelca cosas al suelo, se sube a la mesa, toma el sifón, apunta el pico del sifón a su sien derecha y vigorosamente se dispara un chorro de soda.