Por Carlos Garrido Chalén

 

Un árbol sembrado en el viento y en el tiempo

 

 

Hay días en que las tardes
 parecen una mala palabra
       engendrada en la boca del sol;
y la vida, un crucigrama,
       en el que hay que hacer entrar
       la razón en todos los espacios.

Y entonces descubrimos
       si somos cabeza o somos cola
       en el mundo vital o fatal
       que hemos creado;

ramas o raíz de un árbol
       sembrado en el viento
       y en el tiempo por la nada.


E importa por eso averiguar
       a favor de quien
       actúan nuestras fuerzas,
cuál nuestra posición a favor
       de la justicia o la injusticia.
Que es importante ser cabal,
Importante jinetear con hidalguía
       el caballo inescrutable
       de la vida.

 

Poema para el tiempo que se viene


Cuando el predicador aseguró
que todo tiene su tiempo
y que todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su hora
el mundo entendió que había que arrancar entonces
todo lo plantado,
que el tiempo de abrazar y el tiempo de endechar había llegado;
pero no existía aún eternidad en el corazón del sembrador herido,
era mejor llegar con sospecha a la casa del luto
antes que a la casa jubilosa del banquete, oír la reprensión del sabio
antes que la nación del necio que se muere
y del infinito, desde los suburbios de todas las galaxias,
se escuchó la voz de un ave moribunda;
y todos los hijos de su canto fueron abatidos;
pero antes que se rompa el cuenco de oro
y el cántaro se quiebre
el que sube del desierto como columna de humo,
presuroso,
sahumado de mirra nos dijo que era el tiempo
de la guerra.
Y la tórtola ciega vestida de nardo y azafrán
se enfrentó sin retardo al cuervo
en el monte del incienso;
Y como contó Isaías
aquel día, alguien – amargo como el ajenjo –
les quitó el atavío del calzado,
las redecillas, las lunetas, los collares,
los pendientes y los brazaletes,
las cofias, los adornos de las piernas,
los partidores del pelo, los pomitos de olor
y los zarcillos
y en lugar de los perfumes aromáticos
llegó la muerte y su quejumbre a la mandrágora.
El espíritu de la devastación
también tenía su tiempo.