Por Francisco Quevedo

 

Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo, vi que el sol
bebía los arroyos del hielo desatados
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó la luz al día.

Entré en mi casa, vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuera un presagio de la muerte.