Por Manuel Scorza
 
América,
 a mí también debes oírme.
 Yo soy el estudiante
 que tiene un solo traje y muchas penas.
 Yo soy el desterrado
 que no encuentra la puerta en las pensiones.
 Te digo que en las calles
 y en las azoteas y en las cocinas,
 y al fin de cada día y en mi pecho,
 algo está muriendo.
 Escúchame:
 Yo soy el desterrado,
 yo vagué por las calles
 hasta que los perros
 lamieron mi amor desesperados.
 ¡Acuérdate de mí!
 Hay días que no tengo ganas
 de ponerme los ojos,
 días en que hasta los pájaros
 se pudren a la mitad del vuelo.
 ¡Amor, amor,
 tú no has dormido
 en cuartos inmundos;
 tú no sabes lo que es vivir
 con una mujer que zurce su ropa llorando!
 Ay, durante siglos los poetas callaron
 y en el silencio sólo se escuchaba
 un susurro de abejas que sonaba,
 hasta que ya no pudimos más,
 y el dolor empezó a mancharlo todo:
 la mañana,
 el amor,
 el papel donde cantábamos.
 Un día el dolor
 empezó a gotear desde abajo,
 daban los muros gritos desgarradores,
 una mano amarguísima volcó mi pecho.
 Ahora vengo a ti gimiendo,
 aquí está mi voz encarcelada debajo de esta frente, derrumbado.
De: Las imprecaciones (1955).
 
											 
   
  
 
						













