Yo renuncié a los códigos del viento
 para leerte,
 renuncié al murmullo del mar.
 Su aliento lanzaba acordes disparatados.
 Tuve que caminar sin respuestas.
 Yo renuncié a los doctores
 a libros descomunales
 por no tener noticias para salvar.
 Yo renuncié al canon de las poetas contemporáneas
 a la retórica incongruente
 al par de imanes y caracolas
 a los inciensos que invocan el pasado
 al fondo de ciertas botellas
 donde quedaron palabras durmientes
por encauzar
 renuncié al poema,
 tuve que hablar incluso
 en voz de antiguas voces....
He renunciado a lo que no se me asemeja:
 a los kilates de humo contra mi noche/ harapos
 al coágulo de niebla
 que nos doblega en el campo de batalla,
 al tiro sin pudor contra la frente limpia
 a la hermosura de las bestias
 al concentrado de ADN
 donde la ciudad se consume.
 Habrás de imaginarlo,
 porque tú eres el viento en mi germen:
 me convertí en un hombre mudo
 aplaudiendo cada rincón de la patria.
(*) De Ana Frank (N. del E.).
 
											 
   
  
 
						













