Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 30 de noviembre

Hoy se cumplen los dos meses desde que comenzó el ejercicio. No tengo que contar nada, lo que se sabe no se pregunta. Además, las noticias de mi vida no han variado. Sigue empeorando todo, como siempre: mi abuela ya no se puede levantar de la cama, la salud la traicionó; mi mamá se ha vuelto histérica, no para de gritar por todo; mi papá se mudó con no sé quién a no sé qué parte de no sé dónde; prefiero no saber de él. David me desilusionó, como era de esperar. Era demasiado bueno para ser verdad. Parece que ya se sentía incómodo conmigo, que tanto tiempo siendo amigos, lo había acostumbrado a esa idea y…, bueno…,

la otra parte de la sarta de mentiras no la escuché, di media vuelta y lo dejé hablando solo. Era hacer eso o llorar fuerte frente a él. Me había regresado aquel nudo en la garganta que pensé olvidado para siempre. Ya nadie me queda para apoyarme sobre su hombro a recuperar el aliento. Ayer me enteré de que la última persona en la que pensé para hacerlo había muerto de un infarto: el viejo que me trató como una niña de cinco años y me ofreció, con un ejercicio, la única ayuda que tuve cuando nadie se quería hacer cargo de mí. Pero no tengo la menor idea de que el resultado no le habría gustado. Esa mañana llevé un ramo de rosas a su tumba. Me hubiera gustado entregárselo personalmente. Al regreso le dejé a Cielo lo que valia para mí: tres rosas rojas dentro de un sobre que contenía una carta, porque ya no era mío, aunque no sé si un día lo fue. En la carta le agradecía por todo lo nuevo que me ayudó a probar. Al menos, fingiendo, quiero dejar un cálido recuerdo de mi paso por este mundo. Claro, nunca dejando de ser lo más realista posible. A mi mamá y a mi abuela les dejé solo un gran ramo de rosas rojas.

Fin

De: Consejo Nacional de Casas de Cultura, La Habana,  2018.

Con este cuento la autora obtuvo Primer Premio en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres Literarios Infantiles. (Ciego de Ávila, 2018).