Por Marta Martínez

El librero de la maestra semejaba un bosque en pleno otoño. Las páginas amarillas corrían el riesgo de morir como las hojas. Una noche, una ráfaga de viento rodeó los libros y cayeron al suelo.
Como tocados por una varita mágica, se levantaron sacudiéndose el polvo y sus personajes cobraron vida.
El Ingenioso Hidalgo, haciendo valer su supremacía, ordenó aquel ejército de papel. Se paró en la ventana y con su lanza, empezó a liberar las páginas.
A su orden, aquellas bellas historias penetraron el sueño de los niños.
El Principito, con sus consejos maravillosos, visitó a dos hermanos que reñían a diario.
La princesa Sac Nicte, del libro Oros Viejos, cantaba en los oídos de Carmita, la niña huérfana que cuidaba la abuela.
Platero trotaba feliz en la mente del niño más travieso de la escuela y su pelo algodonado acariciaba su cara y lo hacía sonreír.
¡Las luciérnagas de la sabiduría revoloteaban por los techos de las casas!

Al amanecer, un tropel de infantes llegaron a casa de la maestra contándoles sus sueños; ella, siempre tan amable, se dirigió al estante y observó con extrañeza que los libros estaban nuevos como cuando los compró. ¡Listos para leer!
Se organizó la sala de lectura más grande que se haya visto jamás.
Las nuevas páginas volvieron al regazo de los que un día dejaron de leer.
Con este texto, la autora obtuvo Segundo Premio en el género de Cuento para Niños en el Encuentro-Debate Municipal de Talleres Literarios de Marianao, febrero de 2022. (N. del E.)