Por Hilda Alicia Mas

Este invierno es diferente. La niña que soñaba atrapar el Sol para regalárselo a los niños de su pueblo que le temían al invierno, está muy cerca del Astro Rey. Desde allí puede ver muchas cosas. Ya ellos no son los mismos; ya no le temen al frío, por lo que decidió visitarlos en su papalote mágico, ese que le acompaña desde su partida.
     Esta vez trae el papalote lleno de calor y luz porque el Sol, enamorado de la Luna, le regaló miles de pequeños girasoles que ella lleva en su pecho junto a los cascabeles, y al unirse ambos, de su pecho salen pequeñas gotas de rocío, las que, al darles la luz solar, se convierten en un hermoso arcoíris si la cola del papalote llega de día al pueblo; si llega de noche, una inmensa Luna brillará en el firmamento y miles de estrellas y luceros creerán que te sonríen.


     Pero sucedió un milagro.
     Al descender a la tierra amada Romelia de los Milagros y su Papalote Mágico, de pronto el día fue noche y la noche día; luceros estrellas, Luna y Sol se hicieron un hermoso arcoíris y se formó un hermoso día.
    Los niños reían; el pueblo quedó maravillado de tantas cosas llegadas del cielo.
    Y en una de las casas de la villa, desde una ventana, su hija, embelesada, sonreía mirando al cielo. Allí vio su sueño realizado: su amada madre les regaló a todos en este día de invierno la magia que llevaba en su corazón.
    Así es como todos los inviernos, al terminar su ciclo, Romelia de los  Milagros visita a su hija como un eterno juramento hecho desde su partida.