Por Dianamary Cardín Suárez

La matemática no me gusta. Cuando tengo que estudiar, simplemente la dejo para el final.

Mañana hay examen; debo concentrarme hoy, pero primero voy a merendar; pienso mejor con el estómago lleno.

En mis manos tengo un pastel y un vaso lleno de refresco. Abro y cierro los ojos varias veces, pues comienzo a ver el vaso medio raro: el líquido se mueve y dentro de él observo figuras geométricas y números que me miran, hablan y hasta bailan.

—¡Vendo dulces acabaditos de hacer! —pregona de mal humor el triángulo equilátero.

—¿Hay helado? —pregunta el rectángulo sudoroso.

—¿Acaso traes caramelos de fresa? —se relame los labios el número 6.

—¡Oigan bien: solo traigo dulces! —responde de mal humor el triángulo vendedor.

Se forma tremenda algarabía; hablan en voz alta, se empujan unos a otros, y yo no sé qué hacer. Quiero irme de allí.

Escucho al 10 que me grita:

—¡Vete a estudiar! No te distraigas: la matemática te puede sorprender.

Abro bien los ojos cuando veo que un gigante libro de matemáticas me hace señas. Dejo la merienda a un lado y veo sobre la mesa a la libreta, el lápiz y el cuaderno.

Desde la cocina mi mamá pregunta:

—Ana, ¿acabaste de merendar?

Con este cuento esta autora de Cumanayagua obtuvo Mención en el Encuentro-Debate Provincial de Talleres Literarios Infantiles, Cienfuegos, febrero de 2022. (N. del E.)