Por Gabriela Rodríguez Osorio

Macorina es una yegüita alazana, alta y delgada, que aún no tiene dos años edad; simpática y buena, tiene ojos pícaros y alegres. Su mayor ansia es estar libre, y no le gusta —tampoco— ver a otros animales presos.

El campo a que su dueño la llevaba todas las mañanas, le parecía pequeño; trotando por aquí y por allá, dando vueltas sin cesar, inventa todo tipo de travesuras.

Un día quiso saltar una zanja y se embarró de fango podrido: anduvo sucia y apestosa; de modo que todos se apartaban de ella. Rápido olvidó esa travesura y quiso saber qué había del otro lado de la cerca y…

¡cataplún!, trotando y relinchando llegó a un lugar donde la hierba era muy verde y tierna; pastó a derecha y a izquierda como una glotona; mas, de pronto, apareció un perro grandote que furioso le gruñó:

—¡Jau, jau, jau…! ¡Vete de aquí! —y comenzó a morderla.

Se salvó de quedar coja porque el dueño del perro llegó y lo contuvo.

Un poco aburrida y triste, regresó a su campito y se propuso no hacer más de las suyas. Pero eso no está en su naturaleza. En cuanto se curó, a su cabeza le vinieron otras fechorías, porque es muy cabezona. “¿Seré traviesa o seré correcta?”, se preguntaba día a día.

Una tarde vio un camión de cargado de caballos y ahí se le fueron las dudas: durante varias horas le cayó atrás con la idea de liberarlos e irse con ellos. Al fin, el cansancio la venció; despacito regresó donde su dueño la cuidaba y se prometió a sí misma portarse bien en lo adelante, aunque creo que es difícil que lo logre.

Con esta obra la autora obtuvo Premio en el Encuentro Provincial para Niños Escritores, Cienfuegos, 2022. (N. del E.)