Por Elizabeth Álvarez

Pues sí, el Cucharón y la Espumadera no vivieron siempre juntos en la cocina. Resulta que en muchos países acostumbraban a cocinar sus caldos, sopas o potajes, por eso inventaron el Cucharón; este vivió mucho tiempo sin casarse sumergiéndose constantemente como un buzo en ollas hirvientes en lujosos palacios o en chozas humildes. Trabajaba y trabajaba, se aburría. Tenía una vida de rutina.

Un día los hombres conocieron el arroz. Usaban el Cucharón para removerlo, este con su cabeza bola se atacaba y subía lleno de tortas.

Malhumorado cada día más, parecía un viejo regañón; entonces inventaron la Espumadera, de cabeza redonda, llena de lunares y la trajeron a la cocina.

Desde que el Cucharón la vio su corazón de metal empezó a latir como una campanilla. No había oportunidad de hablar con ella, pues los tenían separados; al fin coincidieron encima del fogón y el Cucharón no perdió tiempo:

—Es usted muy bonita, señorita Espumadera. Esos lunares le sientan muy bien y los granitos de arroz salteados en su cabeza la hacen lucir muy graciosa, como una novia el día de la boda.

—¡Cuántas cosas bonitas! Gracias por su galantería.

En eso cogieron al Cucharón para remover la sopa y la conversación quedó trunca.

A la hora del fregado volvieron a coincidir en un baño de espuma y agua clara.

—Aprovecho esta ocasión para pedirle que nos casemos, vivimos trabajando mucho, pero muy solos y la soledad no es buena compañera.

—Es cierto, yo también me he enamorado de usted. Pues hoy mismo será la boda.

Por la noche hubo alegría de cubiertos y utensilios de cocina. Desde entonces los vemos siempre unidos: cuando se cocina caldo, el arroz no puede faltar porque al Cucharón no le gusta andar sin su esposa la Espumadera. Cuando se cocina arroz, tampoco puede faltar el caldo, pues Espumadera no soporta andar sin su Cucharón.