Por Elizabeth Álvarez

Sale el sol temprano en la mañana, se limpia los ojos y estira sus rayos. El Girasol es el primero en levantar la cara hacia él sin darle los buenos días.

En el jardín una rosa llenita de rocío se vuelve a un lado y al otro, esperando que algunos de sus rayos sequen la humedad de tanto rocío y le saluda. Las vicarias, sencillas y alegres le sonríen. El sol extiende sus rayos y las acaricia como un buen padre.

—Qué generoso es nuestro rey, no se da importancia y nos envía para todos por igual sus rayos vitales.

—Qué calor más agradable se siente cuando él nos acaricia —dijo la azucena.

—A nosotras, las vicarias que nacemos silvestres, nos besa con el mismo amor.

Entonces el Girasol exclamó:

—Qué equivocadas están. Él no quiere a todos por igual. ¿No se dan cuenta?  Yo soy el único que puedo mirarlo de frente, sin que ello tenga que cerrar los ojos. ¿No ven el color amarillo de mis pétalos? Puede decirse que él es mi padre y yo su único heredero.

—Estás muy equivocado —dijo el gladiolo—, el sol es el padre de todos nosotros, pues sin su calor sería imposible vivir.

—No seas orgulloso, Girasol, eres lindo pero no el mejor —defendió la orquídea.

—Bah… vean cómo lo miro.

—¡Qué hermoso jardín hay allá! Todos me quieren, lo noto en la alegría de sus colores. ¡Cómo brilla el rocío con la claridad de mis rayos! La azucena es preciosa, cuanto diera por aspirar su perfume. El girasol me mira constante mente, debe de estar muy agradecido.

Salió una niña al jardín:

—¡Qué bellas están mis flores!  Pero… ¿qué les está pasando?

 El marpacífico tomó la pablara:

—Nosotros éramos felices hasta hoy, creíamos que el sol salía para todos por igual, y ahora vemos que no es así. El Girasol tiene pleno poder para mirar al sol de frente, mientras nosotras desdichadas, tenemos que conformarnos con lo que sobre.

No, queridas flores, eso no es tan así. El astro rey nos ama a todos por igual, pero cada uno toma de él lo que necesita. Vean, yo salgo todas las mañanas al jardín, tomo mi baño de sol, es saludable sin exceso.

El girasol saltó:

¡A ver! Míralo de frente.

La niña se volvió al sol, e inmediatamente tuvo que cerrar sus párpados.

¿Ves?... te lo decía y no me creen.

No se preocupen, le preguntamos al mismísimo sol.  Él nos dirá la verdad.

No sé cómo lo harás exclamó con burla el girasol.

No, pero el que quiere puede dio la espalda y se marchó.

La niña fue a la escuela, habló con sus compañeros, pensaron y pensaron y construyeron un aparato especial de altoparlante. Lo montaron en el jardín y por la mañana cuando el sol despertaba:

—Eh… Buen sol… Soy Yalexis, quiero preguntarle una cosa. Me gustaría aclarar algo que tiene muy mal a mis flores. El Girasol afirma que su majestad tiene preferencias con él, porque puede mirarlo de frente, mientras que nosotros tenemos que cubrirnos el rostro, además su nombre es familiar al suyo.

El sol sonrió, él no sabía de la jactancia del Girasol, se quedó pensativo. Y al cabo de horas habló:

¿Qué me cuentas? Hablaré para todos. Cuando nací, salí ardiente y enérgico, por eso me designaron Rey. Así, tengo pleno poder y digo: Cuando extiendo mis rayos sobre la tierra lo hago con el mismo amor para todos. Cada cual según su oficio y profesión, toma de mí la energía que necesita.  

Ah… a este Girasol que se le bajen los humos de la cabeza.

Quiero declarar públicamente que no le miraré más a la cara, pues la gente presuntuosa no me agrada.

Gracias, querido sol… gritaron todos.

Desde entonces el Girasol, gira y gira, buscándole la cara al astro, pero como prometió, por mucho que gire, el sol no se digna a mirarlo.