Por Eliseo F. Abreu

 

Papá es un héroe, por eso le dieron un viaje a la luna. Mamá lo anuncia con una sonrisa, pero yo la conozco y sus ojos dicen que estuvo llorando. Como cuando estuve a punto de caer de la escalera sobre los vidrios.
     —¿Qué diría tu padre si te encuentra herido? —dice muy seria—: ¿Qué le digo...? —me mira con ojos cariñosos e inmensamente azules. Pone su dedo en mi nariz para que preste atención—: Por favor, ya tengo un hombre en la guerra. No quiero perder a otro…
     Entonces recuerdo las botellas rotas, que había usado el tirapiedras como papá me había enseñado. Iba a estar muy orgulloso cuando se lo contara. Ya tengo diez años, cuando empiece el curso podré ir a la escuela de cadetes y ponerme mi uniforme nuevo. Seré un héroe y viajaré a la luna y me divertiré de lo lindo.
     Le guardé muchas frutas a papá estas vacaciones, para cuando venga de permiso, las he tenido que ir cambiando porque se pudren y no llega, hoy llevaré la que más le gusta. He pensado en un modo para dársela en la ceremonia. Un soldado siempre tiene un plan, y siempre sabe qué hacer; me diría con su voz ronca y firme.

     Mamá estaá preciosa con su traje negro, un poco pálida tal vez, las flores blancas en sus manos resaltan como joyas. Hay filas de butacas y gente vestida igual a ella, pero ella es más bonita con su mirada azul. Suena la música, todos atienden a la pantalla gigante que muestra todo el aeropuerto y la enorme nave del ejército al final de la pista. Un señor con espejuelos habla de los héroes y su esfuerzo en las batallas. Yo solo quiero ver a mi padre y darle el plátano que traje escondido en la camisa. Mamá me sostiene con fuerza para que esté tranquilo y no haga nada impropio.
     Por fin los héroes son anunciados, oigo el nombre de mi padre. Descubro que no podré darle besos, ni abrazos, solo el temblor de la mano de mi madre cuando comienza el desfile de cápsulas con los héroes dormidos en su interior.
     Me pregunto por qué no despierta, y sonríe para nosotros, entonces suena el himno y todos se ponen de pie y hacen el saludo militar. Mi madre tiembla. Sé que se esconde para llorar, cada vez que recibe una carta con los sellos del ejército y piensa que estoy dormido. Los niños no deben ver llorar a sus madres.
     Hay niños en mi escuela tan frustrados como yo, tampoco pudieron besar a sus padres antes de que partieran para la luna a descansar. Sube la música, rugen motores, una a una las cápsulas van saliendo disparadas al brillante astro, dejando tras de sí un hermoso reguero de colores como fuegos artificiales en una noche de fiesta.
     Mi madre dice que a veces los héroes se divierten tanto en la luna que olvidan regresar. Mi padre me quiere de verdad, sé que volverá a pesar de las cosas bonitas que pueda encontrar por allá. Hay niños que son llevados a la escuela por sus padres a los que les faltan un pie o una mano, o están ciegos, dicen que esos no son héroes.
     Hoy comienzan las clases y tengo mi uniforme nuevo, me gustan los botones dorados, los galones en el cuello de la guerrera, el escudo en la gorra, como le corresponde al hijo de un héroe. Algunas señoras me lanzan miradas condescendientes y tristes, llevan otros niños vestidos como yo.
     En el aula la maestra trata de hablar de nuestros padres como si los hubiera conocido. Yo observo por la ventana un gran telescopio que sobresale del techo del salón de profesores y se me va ocurriendo un plan. Me concentro en la voz ronca y poderosa de mi padre y las palabras que me diría: un soldado debe ser tenaz, moverse con sigilo. Pero precisamente ahora la maestra quiere que escriba una composición sobre mi madre.


Con este cuento el autor obtuvo Primera Mención en Narrativa Infantil del Concurso Nacional “Benigno González”, Los Arabos, Matanzas, Cuba, 2024. (N. del E.).