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Por Orlando V. Pérez

—¿Existen los dragones?

—Depende…

—¿Depende de qué…?

—De qué tipo de dragones. 

—Yo te hablo de esos que hace muchos, pero muchíiiiiisimos años… cuidaban la entrada de los castillos.

—¡Ah, de los que echaban fuego por la boca!

—De esos mismos, y tenían una cola muy larga y poderosa. Tan poderosa, que podían derribar todo un ejército.

—¿Un ejército? 

—Bueno, a lo mejor. Pero eran enormes y peligrosos. Además, muy buenos guardianes. Los reyes y los príncipes los preferían. 

—¿Quieres que te diga una cosa?

—¿Qué?

—Que esos dragones… nunca existieron.

—¿Cómo que no existieron? ¿Y por qué tú lo sabes?

—Mira, para decirte la verdad, yo creía que existían; pero mi amigo César, que tú sabes, está ahora en sexto grado, se lo preguntó a la maestra, ¿y sabes lo que le dijo ella?

—¿Qué le dijo, a ver?

—Que esa clase de dragones nunca han existido.

—¡No puedo creerlo! ¿Nunca?

—No, nunca. Ella le explicó que todo era el resultado de la imaginación, de la fantasía de poetas, de locos, de embusteros, encantadores, magos, soñadores, cuenteros y una pila de cosas más.

—Pero entonces…

—Hay una isla de arenas color rosado claro, llamada de Acomodo, donde… allí sí que existen dragones con alas y colas enormes que siempre andan tirados por el suelo y no echan fuego por la boca ¿Qué te parece?

—¿Y cómo son esos dragones? ¿Me los puedes describir?

—Como te dije, tienen alas y colas enormes, y no echan fuego por la boca. Siempre andan echados en el suelo. Las piernas y los muslos son muy gruesos, no son muy altos. Son capaces de correr a una gran velocidad, persiguiendo a los animales de los cuales se alimentan. 

—¿Y qué más?

—Que entre ellos casi nunca pelean; pero a veces, sí.

—¿Cuándo?

—Cuando se ponen celosos, los machos pelean por las novias o las esposas. También por ser el jefe de la manada. Porque andan en manadas.

—¡Ah!, ¿sí?, ya voy entendiendo.

—Mira,  no hace mucho, vi un video por mi celular, de una pelea entre dos dragones de esa isla y si hubieras visto, aquello era horroroso. Se despedazaron todo. 

—Pero siempre hubo un vencedor, ¿no?

—Sí, claro, el ganador se hizo jefe de la manada.

—Y tú, ¿querrías ir a la Isla de Acomodo?

—¡Los fósforos!

—¿Y por qué?

—Porque no quiero ser despedazada y tragada.

—¿Es que comen carne humana también? ¡No me digas!

—Es la que más les gusta. En esa isla no vive ninguna persona ya.

—¿Y antes había?

—Sí, cómo no. Antes de llegar los dragones, las personas vivían en lindas ciudades muy limpias y ordenadas; tenían bellos campos con árboles frondosos y, sobre todo, preciosos jardines, pero ya no queda nadie.

—¿De dónde y cómo llegaron allí esos dragones?

—Del espacio, del universo. En huevos que transportó un cometa que pasó por encima de esa isla, arrastrando su cola mortal.

—Y… ¿tú crees que podremos algún día acabar con ellos?

—Mejor dejarlos tranquilitos donde están. No vaya a ser que se dispersen por el mundo entero, y entonces sí que va a ser un problema más.