Por Marisol Velázquez

 

La muerte lo sembró a vivir
con los cabellos verdes,
sobre balcones de rocas
abrigados por las nubes.
Hoja por hoja,
rama con árbol,
árboles,
flores y callos.

Y entre susurros
de agua y viento
luna
o sol
y pájaros
donde pueden sosegarse
las espigas
reverentes a los pies
del arrullar de la alegría.
Y más lejos
respiran hombres y cosas
otras hojas
frente a un bejuco de plata
caído de tu follaje.
Me estremece
el enigmático calor
de troncos
y ramas
en simpática sonrisa
de abrazo por techo
frente al abismo
con un sombrero alón
de cielo y mar de Jagua.