Por Laura Santiago Díaz

Llegan con un bolso de mano
pensando que van a quedarse sólo unas horas.
Que no es más que un chequeo.
No sospechan que esa cama será el último lugar
en el que descansen sus días,
bajo el efecto de la anestesia de las visitas,
que traerán fruta y flores frescas.

Sin saber que esa herida le abre paso a la muerte,
que llega sin cita, ni burofax.
Muerte de saldo, sin garantía ni derecho a devolución.
Vivimos dentro de una máquina expendedora.
Somos la sombra de una vida anterior,
grillos desorientados dentro de un todo incluido.
Algunos nacieron para recibir
todo el amor del que otros carecen.
Otros, solo esperan noticias del frente.
Hemos perdido el último remo.
No conseguimos alcanzar esa cosa que brilla,
esa que llevamos persiguiendo
desde que partimos del mal puerto.
No hay refugio para los indecisos.
Ahora les oímos, pero no podemos verlos.
Nuestro sistema no está preparado
para entrar a saco en la siguiente escena.
Hay que acabar con la civilización.
No podría resistir un nuevo golpe,
varada en la isla esmeralda,
sin una sola pista de dónde podrá estar el piso franco.
Cuaderno de bitácora:
no hay vida a la vista, ni agua fresca.
Hay cosas que no se deben dejar nunca
en manos de profesionales.
Todos nos hundimos en el mismo barco.
Para asegurar el éxito
hay que soltar a los fantasmas.
Después, todos a vuestros puestos.
Esto promete ser otra misión cumplida.
Yo soy mi arma secreta.
Fuego a discreción.
Quiero vivir en acto de servicio.

(De “El laberinto de mi voz”, Ediciones en Huida)

Entrelíneas

Tardé en descubrir que vivir
no era deslizarse por los días
ni ordenarle los cajones a cada jornada.
Era poder encontrarse alguna vez, en mitad del caos
manchada y descosida, con alguna herida abierta.
Para no rendirme a la impostura
tuve que inventarme, entrelíneas,
bebiéndome la elocuencia de todos mis silencios.
Tardé en descubrir que el futuro tenía prisa,
que cualquier hora es una hora marcada.
Que sólo soy en mi desorden, en mi contaminación.
Fuera de ahí,
puedo ser cualquiera que se me parezca.

(De “El laberinto de mi voz”, Ediciones en Huida)

La tragedia humana
Hay que seguir brindando
hasta alcanzar las copas de los árboles
y agradecer la chispa de otro milagro.
Lo peor, no ha sucedido,
aún no nos ha encontrado
o no nos atrevemos a nombrarlo.
Nacemos con la mirada vacía,
en mitad de esta contienda interminable.
Para hacernos más transitable la existencia
construimos madrigueras de humo
en las que poder enterrar lo que jamás ocurrió.
Es la miseria humana.
Como un bucle envenenado se repite la historia
y seguimos sin saber cómo calmarle la sed al agua.

(De “Los nudos de la memoria”, Ediciones en Huida