Por Virgilio López Lemus

Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.
Abiertamente solo, vas pensando, en la noche,
cómo engañar a la soledad
con un monólogo,
con un aplauso.

Calle de las buenas noches
(Rua das Boas Noites)

1
Escribo en el libro del aire
las páginas que los pájaros
no alcanzan a leer.
Ellos solo vuelan bellos
henchidos de eternidad.
No precisan de mis versos,
ni siquiera si fuesen versos de aire.
Los pájaros tienen su futuro,
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llueve para ellos en un tiempo
sin tiempo, inmedible,
lleno de auroras
crepúsculos
fuerzas de sol
nubes pasajeras...
Los pájaros apenas precisan
ser alas, versos volantes,
canciones efímeras de la inmensidad.

2
Registro esta tarde:
sinceras canciones de pájaros
cantan al Homero de la Eternidad.

3
También las nubes tienen voz.
Van cantando la gloria del planeta,
el paraíso inmenso de los ángeles,
el aire tenue,
el furor del huracán...
Las nubes poseen el secreto
de ser efímeras, y a la par eternas.
Son hermanas tan nuestras como el tiempo.
Ellas precipitan su nostalgia.
Son grises en el dolor del mundo
y blancas alas blancas
para la soledad.

4
El alma del suicida
no observa bello al colibrí,
no escucha la hermosa voz humana,
no repara en el rayo del sol.
Solo mira cuánto de gris hay en el viento.
Las nubes copiosas lo fecundan.
El abismo le resulta maternal.

5
Ten idea de que la muerte puede
descubrirnos/cubrirnos sobre/bajo la yerba.
Que la yerba es el poema de la tierra infinita.
Que cada hoja es un verso/una palabra.
Ten cuidado con repetir esta idea.
Quizás la imagen ni siquiera se repita.
¿Podrás acaso rehacer este minuto?
Ni siquiera la yerba es su apariencia.
Cada cosa será signo de otra idea.

6
Animal no hay inútil en el mundo.
Una palabra nuestra lo designa,
pero él quizás tenga otra señal.
Nosotros descubrimos su poesía.
Él tan solamente la acrecienta.
Casa de campo del poeta Berredo de Menezes;
Vitoria, Brasil, diciembre de 1997
 

Cuerpo del día

Creo en la grata mansedumbre de una manzana.
Y si de creer se trata, yo creo
en el día de Dios repartido en el cosmos
como un abanico que se abre
y cuyos rayos son caminos, tumultuosos caminos
por los cuales se despeña el hombre.
Creo en la santísima voluntad de estar
vivo donde estoy, bajo el fatalismo
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de haber nacido una vez y dirigirme
hacia la muerte, sitio irreal, inconcebible,
donde es imposible permanecer.
Creo en la soledad del dulce sueño erótico
en la casa rodeada por el sueño y la soledad
en cuyo interior converso con el aire.
Creo en la virgen del retrato, en la madona
rodeada por la fuente, en la estatua
que eres tú, cuerpo del día, en el que creo
con todas las fuerzas de mi vida.

 

Ojitos de miope

Con esos mismos ojos miras al través
de la ventana, y ves el movimiento
efímero y eterno.
Con esos mismos ojos desnudaste
el cuerpo y sus prodigios,
el paisaje estelar.
Te sirvieron como peces,
te abrieron los caminos.
Mira cómo miran las distancias,
cómo observan el amor.
Despertaron tu sed,
demudaron tu silencio.
Son expresivos como cuencas de estrellas,
y aunque los encierres con cristales
mirarán, mirarán,
mirarán
toda la vida.

 

Espacio

Escucha: qué silencio, qué silencio.
Me abraza el silencio como un padre
y como un padre de muerte me circunda.
Ni siquiera el sonido de las aguas.
Si cantara tres veces algún gallo.
Qué silencio, Dios mío, cuánta espuma
de tiempo se agolpa en la tristeza.
Ni siquiera el rumor de los espejos.
Un silencio absoluto de campana
sin vibración primera, sin el viento
que conversa entre hombres y árboles.
Qué soledad se junta en el silencio.
Escucha: qué silencio, qué silencio...