Por Julio Cortázar

 

Todo lo que de vos quisiera/es tan poco en el fondo/porque en el fondo es todo como un perro que pasa, una colina,/esas cosas de nada, cotidianas,/espiga y cabellera y dos terrones,/el olor de tu cuerpo,/lo que decís de cualquier cosa,/conmigo o contra mía, todo eso es tan poco/yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,/que me ames con violenta prescindencia/del mañana, que el grito/de tu entrega se estrelle/en la cara de un jefe de oficina, y que el placer que juntos inventamos/sea otro signo de la libertad. 


Los amigos

En el tabaco, en el café, en el vino,/al borde de la noche se levantan/como esas voces que a lo lejos cantan/sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,/dioscuros, sombras pálidas, me espantan/las moscas de los hábitos, me aguantan/que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,/y los vivos son mano tibia y techo,/suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,/de tanta ausencia abrigará mi pecho/esta antigua ternura que los nombra.


El encubridor


Ese que sale de su país porque tiene miedo,/no sabe de qué,/miedo del queso con ratón,/de la cuerda entre los locos,/de la espuma en la sopa.

Entonces quiere cambiarse como una figurita,/el pelo que antes se alambraba/con gomina y espejo lo suelta en jopo,/se abre la camisa, muda de costumbres,/de vino, de idioma.

Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor,/y duerme a pata ancha.

Hasta de estilo cambia,/y tiene amigos que no saben su historia provinciana,/ridícula y casera...



Objetos perdidos


Por veredas de sueño y habitaciones sordas/tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos./Una cifra vigilante y sigilosa/va por los arrabales llamándome y llamándome,/pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta/donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo/si la cifra se mezcla con las letras del sueño,/si solamente estás donde ya no te busco.