Por Orlando V. Pérez

 

…Oye, están cargadas de energía, son una como especie de escáner; por medio de ellas, seguro que te das cuenta de lo que está pasando dentro del cuerpo, cómo están funcionando los órganos, para hacer bien el proceso de sanación.

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Yo no sé bien si tengo alguna energía, y de existir, tampoco sé de dónde me viene esa energía, si hay fuerzas allá arriba, que tú llamas…

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Superiores.

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Sí, que, según tú, bajan de pronto y se apoderan de mí. No he visto ni ángeles ni diablos. (¡No, diablos no, que son malos!) Pero tampoco he visto luces ni fantasmas, ni he oído nada… todo parece muy natural…

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A veces te he observado y me he dado cuenta de que escuchas… cosas extrañas, te encoges de pronto, echas a un lado el cel, o la compu, o apagas el televisor, o cierras el libro de cuentos…; entonces… aprietas las manos, las elevas y te quedas como aturdida, pero con las orejas bien paradas. 

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No sé, porque ni yo misma me he dado cuenta de eso.

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Esa gracia o ese don que tienes, de algún lugar te ha llegado.

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¿De qué lugar? No entiendo.

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Es posible que lo hayas heredado de tus padres o de algunos de tus antepasados.

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¡Caramba! Como sigas apretando… 

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Que lo hayas heredado, como te decía, de tus padres, tus abuelos, tus bisabuelos, tus tatarabuelos o los tatarabuelos de tus tatarabuelos.

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¡Oye, qué lejos están esos!

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Viene de tan lejos, como decir, de los hombres primitivos. 

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¿Y de las mujeres no?

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Claro. Pero en este caso, cuando decimos hombre, incluimos a las mujeres también. Vaya, la especie humana.

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Especie… lo que se le echa a los frijoles. Especie… sofrito.

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¡No! Eso son especias. Pero… vayamos a lo que nos ocupa. Sígueme contando.

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Ah, bueno, bueno… Yo sé que mi mamá tenía un dolorcito por ahí por la barriga, le di un pase, fíjate, sin tocarla, solo moviendo las manos de manera circular por encima del dolor, de la piel donde estaba el dolor. ¿Y sabes qué? Que se le quitó.

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¿Sin decir ningún conjuro, ninguna palabra mágica?

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Bueno, sí, eso viene desde arriba, del espacio.

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A ver, dímelas.

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Está prohibido. Ese con… con… ¿cómo lo llamas tú?

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Conjuro.

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Sí, ese… conjuro lo voy repitiendo en silencio, en mi mente, mientras muevo las manos.

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¿Así que a tu mamá se le quitó?

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Se le quitó o se le alivió, pero se pudo dormir, después tenía mucho sueño.

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Y por eso ahora no te puede gritar desde el cuarto: “¡Mariam, ven, que ya es hora de dormir!”

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¡Cállate!, no vaya a ser que se despierte. Y cómo se pone...

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Hay que reírse, hay que reírse.

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Sí, claro, hay que reírse… Pero no te burles de lo que te estoy diciendo.

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No, de ninguna manera. Esto es muy serio.

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¿Y tú, a ver, tienes algún dolor?

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El corazón me palpita de manera descontrolada. Parece un caballo desbocado. Dicen los médicos que eso es taquicardia.

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Nuevas palabras aprendidas: “palpita”, “taquicardia…” Cuando venga a ver me convierto en un diccionario con patas. Pero a ver, ¿y qué más te sientes?

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Un dolorcito en el antebrazo derecho, aquí, por aquí mismo.

  

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Pues vamos a ver. ¿Ves cómo despacio, despacito, voy moviendo las manos, primero sobre el corazón, así; luego, sobre el hombro y el antebrazo? Pero silencio, que ahora vienen las palabras mágicas.

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Mmmm… ¡Ya está! ¿Cómo te sientes ahora?

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Más aliviado.

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Entonces me voy. ¡Hasta mañana!

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Hasta mañana, mon amour.

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Y se fue como flotando; el pelo despeinado sobre la espalda, la figura erguida y delgada atravesando la puerta hasta perderse de vista. Y aunque el dolor físico aún persistía, el del alma se me fue desvaneciendo.