Por Airam Morales                                                


En esta tierra de antigua procedencia, el dios de la calamidad mostró su rostro, provocando que suceda una catástrofe: en cada helada se descubrían mágicas puertas aledañas a los poblados de un peculiar reino y, por algún sentido, los aldeanos desaparecían. Empeorando aún más la situación, la tenebrosa estructura de madera se evaporó sin dejar rastro alguno. Cuando todos pensaban que era el fin, se presentó el emisario de un lugar distante evocando una profecía y aconsejó a los habitantes del lugar que unieran fuerzas para salvar el maltratado reino de la fría maldición. Fue así como un ejército nunca antes visto se conformó, dirigido por la crema de las cremas: un adinerado héroe portador de la cubierta marrón, el mejor título caballeresco. Él pensaba que era innecesario movilizar a tal bando de plebeyos; él y solo él lograría cumplir el cometido, o eso creía. Una densa niebla cubrió en segundos el castillo; la temperatura bajó y creó escarcha en el suelo; un rugido hizo retumbar las paredes cercanas haciendo volar la nieve que pintaba de blanco el portón. Mientras que los soldados se sacudían de miedo,

tomaron posición de batalla, pero fue en vano; sin parpadear, ya se habían esfumado. Quedando solo el pobre capitán, que tembloroso miraba cómo una criatura  con cinco tentáculos arrastraba a sus victimas a través de la rara contracción, erguida al fondo del terrorífico paisaje.

Al pasar el tiempo el sujeto trastornado cuenta los días hasta que las puertas nuevamente afloren a su tierra. Incluso se dice que  en cada helada se encierra en lo más profundo de las mazmorras, deseando no ver al ser que lo atormenta; pero allá fuera, después del velo de la realidad, habita el hambriento dios que ansioso espera su próxima visita a la nevera.