Por Elsie Carbó

Como parte de un sin número de gestos altruistas que por estos días los cubanos ejercen para ayudar a los damnificados en Pinar del Río por el paso del ciclón, un grupo de amigos unidos por el amor al terruño lejano decidimos aportar lo que se pudiese en nombre de los cumanayagüenses que viven en La Habana, y de esa manera ayudar en alguna medida a remediar la triste situación de los que se han quedado sin nada.
     Así mediante una convocatoria en las redes sociales se han estado acopiando donaciones de distintos géneros que van desde medicamentos, ropa, zapatos, artículos de aseo y otros, que se llevarán al Consejo de Iglesias de Cuba, para que, posteriormente sean trasladadas hasta un punto en Pinar, donde después serán repartidas entre los necesitados.
     De esa gestión se encargó personalmente Omar Rivero; en cuanto a las colaboraciones en esta primera fase llegaron las de Jorge Andrés Puello Hernández, Mario Muñiz, Berta Ferrer, Elsa Valdés, José Antonio Subires y Francisco Lago, más conocido en el pueblo por Paquito.

     Somos, como ya dije al principio, un grupo que se mantiene unido en los recuerdos y los vínculos al lugar de origen, a pesar del paso del tiempo, a la gloria y al olvido, porque no es poca la diferencia de época, pero con la misma fidelidad y entusiasmo de aquella feliz infancia y la otrora juventud que se vivió en Cumanayagua.
     Hasta mi casa han llegado amigos y donaciones, que en muchos casos no por ser pocas, no dejan de tener importancia vital para quienes lo han perdido todo, y si me permiten haré mención a uno de esos amigos que llegó en horas tempranas, diría que demasiado, pues tocó a las seis de la mañana para entregar unas cuantas ropas que él humildemente calificó como boberías; pero que cuando te enteras de que salió a las cuatro de la mañana de Peñas Altas, donde reside, que montó más de tres guaguas, y ya saben cómo está eso de difícil, y además de eso tiene 85 años, no te queda más remedio que darle un abrazo en señal de respeto y admiración.
     Me refiero a Francisco Lago, quien además de haber sido piloto de combate tiene una leyenda más allá, porque muchos recordarán aquel primer largometraje dirigido por Tomás Gutiérrez Alea en 1960 titulada Historias de la Revolución, donde aparecían unos hermosos barbudos librando batallas; bueno, pues este hombre que llegó hoy a mi casa fue uno de aquellos actores que Gutiérrez Alea seleccionó para su drama bélico por reunir lo que el entonces consideraba que debía representar a un soldado rebelde.
     Mi emoción no tuvo límites. Una ficción de aquel entonces por aquellos ojos verdes en el cine, y él ahora sentado en mi sala como si nada, solo rememorando las buenas cosechas de tomates que su padre antes del 59 recolectaba en el Escambray, y el dolor actual de la cintura, que a veces no lo deja dormir.
     Como dije antes, la gloria y el olvido a veces son un mito, pero casi siempre andan juntas. Con 85 años Paquito Lago ya no quiere ser de nuevo un galán de película. Lo entiendo.