Por Maritza González

La señora Cotorra se lo contó a Bijirita; esta, a Zunzún; Zunzún, a Paloma Torcaza, quien decidió mandarle un mensaje al señor Sijú Cotunto, que sería el más interesado en ayudar, porque es de su familia y tiene la misma costumbre, en noches de luna llena, de remontar el vuelo hasta las nubes y regresar alegre y esplendoroso.

Cuando Sijú la carta que le fue entregada por Tojosita, se quedó petrificado.

“¿¡Qué noticia habré traído yo?!” se preguntó Tojosa admirada, a pesar de que era muy discreta y tímida. Hasta que se llenó de valor y, levantando retraídamente la cabeza, con voz muy suave, le preguntó:

—¿Qué… ha pasado…, señor Sijú?

El pobre pájaro sacudió las alas, movió la cabeza, y con voz temblorosa respondió:

—Que mi prima Lechuza ha perdido la cabeza, dicen que abandonó sus pichones, la ceiba y hasta los amigos. Olvidó los deberes para con el nido y sus obligaciones con los demás animales del monte. Las ranas, en protesta, no han dejado de croar; los cocuyos encendieron las luces y no las han apagado más, los grillos guardaron sus cantos y las flores se han marchitado. Toda esa algarabía me avergüenza, pero se lo tiene bien merecido por lo que ha hecho.

Tojosa, asombrada, abrió sus alas, se las llevó a la cabeza y dijo:

—¡Pero qué ha hecho mi amiga Lechuza!

Con pesadumbre, él le dijo:

—Se ha enamorado de un sinsonte que se mudó hace poco para este pueblo. Dicen que es el rey del canto, su melodía tiene magia, y todo el que la escucha se queda hechizado. Desde entonces, ella anda haciendo piruetas en los techos de las casas, dando volteretas sobre el tejado de la iglesia y en ocasiones se la pasa saltando en una sola pata por la calle principal. ¡Está loca de remate!

—¡Pero qué barbaridad! ¡Mira que enamorarse de un pájaro hechicero! —con asombro exclamó Tojosa.

—Amiga Tojosa, no te preocupes, esperaremos que llegue la noche: hoy es de luna llena, seguiré su curso y… —le dijo a Tojosa al oído un secreto que tan secreto, que ni el viento pudo escuchar.

Abriendo sus brillantes alas negras, Sijú emprendió el vuelo, hasta que Tojosa lo vio perderse como una mancha en el cielo.

Al amanecer del día siguiente, Sijú echó a volar junto con Tojosa hacia el pueblo. Al llegar allá, ambos se admiraron al ver tan grande locura de Lechuza, bailando un reguetón en una sola pata, mientras el sinsonte entonaba una melodía encantadora.

“Esta es mi ocasión” —pensó Sijú—. Y rápidamente abrió un frasco destellante, de color plateado, dispersó una sustancia, y todo el pueblo se iluminó con aquel polvo de estrellas, ligado a esencias de monte.

De inmediato el sinsonte dejó de trovar, los perros de ladrar, los gallos de cantar…; el tiempo se detuvo por un instante.

Y dicen que Lechuza se eclipsó de tal modo, que ahora solo se le ve, en noches de cuarto menguante, posada en uno de sus cuernos.