Por Mariam Aguilar

Cortó en dos las cartas, y cada una de esas mitades, en otras dos. Yo la observaba en silencio, pero cuando empezó a conversar con un ser invisible que tenía delante, me le fui acercando con mucho cuidado, para que no se diera cuenta.
     De pronto, me dijo:
     —Yo sé que estás ahí.
     —¿Cómo lo sabes? —sorprendido, le pregunté.
     —Porque tengo poderes.
     —¿Y quién te los dio?
     —¡Ahora soy la maga de los cuentos…! —estaba muy seria—. Te repito: tengo poderes.
     —¿Poderes sobrenaturales?
     —No, los míos son naturales naturales —fue tajante su respuesta.
     Siguió cortando las cartas en silencio, mientras pronunciaba palabras incomprensibles, como en un rezo.
     Volví a mi interrogatorio:


     —¿Y qué haces con esos poderes?
     —Yo hago de todo: puedo mover el cielo y la Tierra, detener el Sol o mandarlo a que salga por la noche o se oculte por el mediodía. 
     Me imaginé la escena: el Sol apareciéndose de pronto en medio de la  y yo: “Buenas noches, señor Sol, los que estamos vivos te saludan”. O de pronto ocultándose al mediodía y las gallinas corriendo a treparse a los gajos.
     —Estas fuerzas me las da quien gobierna mi vida, por medio de estas cartas.
     Ya me había colocado frente a ella, sentada a la mesita de la sala.
     —Tú me dijiste el otro día que no creías en la magia, que todo eso era un embuste, un atajo de mentiras, vaya, con palabras tuyas: “un paquete”.
     —No creía, pero ahora sí creo y lo necesito.
     Tomó el celular, que se le perdía entre el pelo revuelto, marcó un número,  y le dijo al otro:
     —Pronto, pronto, ten confianza. Todo va a salir bien.
     Colocó el celular sobre la mesa, y aproveché para volverle a preguntar:
     —Te repito: ¿para qué quieres esos poderes?
     —Para que  me salgan alas. ¿No lo entiendes?
     Siguió moviendo las cartas, hasta que por fin las colocó sobre la mesa… Entonces, sus ojillos negros brillaron de alegría.
     Enseguida, con aparente calma, tomó de nuevo el celular y habló con el otro:
     —Ten confianza, papá, ya me están creciendo.