Por Francesco Petrarca

VI

Tan descarriado está mi desvarío
detrás de la que en fuga se revela,
y de lazos de Amor ligera vuela,
delante del pausado correr mío;

que, cuanto más en adiestrar porfío,
menos presta oído y se cautela;
ni me valen con él brida y espuela,
que es natural de Amor tal terco brío.

Y así después que el freno a sí recoge,
yo quedo a su merced y en fiera culpa,
que mal que me pese, a muerte me transporta;

por ir solo al laurel, donde se coge
acerbo fruto, cual amarga pulpa
la herida aflige más que la conforta.

XC

Era el cabello al aura desatado
que en mil nudos de oro entretejía;
y en la mirada sin medida ardía
aquel hermoso brillo, hoy ya apagado;
                                        
el gesto, de gentil favor pintado,
fuese sincero o falso, lo creía;
ya que amorosa yesca en mí escondía,
¿a quién espanta el verme así abrasado?
                                        
No era su andar cosa mortal grosera,
sino hechura de ángel; y sonaba
su voz como no suena voz humana:
                                        
un espíritu celeste, un sol miraba
cuando la vi; y si ahora tal no fuera,
no porque afloje el arco el daño sana.

 

XCVII

¡Ay, bella libertad, cómo has mostrado,
partiéndote de mí, cuán feliz era
antes que la flecha de amor primera
la herida eterna abriera en mi costado!

Su mal causó a mis ojos tal agrado
que no hallaron razón que freno hiciera,
pues toda obra mortal desprecia entera.
¡Ay, triste, en ella así los he avezado!

Y no escucho a quien no me dice nueva
de mi muerte; y tan solo de su nombre
con dulce son mi boca el aire ceba.

Amor por otra senda no me lleva,
ni otra senda sé, ni cómo hay hombre
que a otra en papel festejar pueda.

 

La tumba de Laura

Id, tristes versos, a la dura piedra
que oculta mi tesoro bajo el suelo;
llamad a la que vive ya en los cielos
aunque en la tierra sus despojos restan.

Decidle que me cansa ya la vida
y el navegar por mar tan proceloso,
y que, siguiéndola, voy recogiendo
las hojas que a su paso fue dejando.

Solo hablo de Ella, muerta o en plena vida,
de Ella que en inmortal se ha transformado,
para que el mundo la ame y la conozca.

Que esté atenta a mi paso, ya tan próximo,
y que salga a mi encuentro, y hacia Ella
me reclame y me atraiga al Cielo.