Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 28 de septiembre

El viernes pasado fui al psicólogo. Mi mamá fue a la escuela a recogerme. Me hizo señas con la mano para que la distinguiera entre tanta juventud perdida. Me asusté un poco al verla. David, mi Cielo, estaba justamente al lado de ella, junto a un grupo de  amigos que, a cada rato, lo celebraban dándole unos golpecitos en el brazo. Creo que era su cumpleaños. Su mamá lo vino a recoger antes de que yo saliera. Camino al hospital en lo único que pensaba era en él. ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién estará hablando? ¿Seré yo lo suficiente cercana como para felicitarlo en su próximo cumpleaños?

No sé, no sé nada y mucho menos ahora que solo conozco su nombre. Cuando llegamos al hospital, mi mamá me haló fuertemente hacia ella y apuró el paso. No le gusta ver tanta gente conocida. Le molesta estar dando tantos besos. Solo saludamos a un excompañero de clases suyo que nos topamos por casualidad. Él nos saludó animadamente, contrario a mí, que lo hice con un seco “Hola”, mientras intentaba caerme bien preguntándome por todo: ¿Qué edad tienes? ¿Cómo te va en la escuela? ¿Qué carrera deseas estudiar? Ufff…, era irritante su persistencia. Acabó sacándome un “Tengo 14 años, me va bien y no tengo ni idea de lo que voy a escoger”. Por suerte eso me bastó para que no me hablara más en lo que quedaba de conversación. Al rato, subimos las escaleras que conducían a la cita con el doctor. El psicólogo al que mi mamá le había dado tanta fama era un hombre canoso que, al parecer, le gustaba saludar a sus pacientes guiñándoles un ojo. Habló por unos segundos en un tono bastante bajo con mi mamá algo que ni me interesaba saber. Además, lo que se sabe no se pregunta. De seguro se interesó por la forma en que podía ganarme, o cómo iba la vuelta para comunicarse conmigo. Y, bueno, cinco minutos después que mi mamá saliera de la consulta, lo primero que me preguntó el viejo fue que cómo me sentía y si estaba a gusto allí. No le respondí nada. Lo miré medio atravesado. Me intrigaba su reacción a mi rebeldía. Y sí que respondió bien a mi reto. Me dijo que lo que se sabía no se preguntaba. Abrí los ojos un poco más de lo normal por el asombro que sentí ante la coincidencia de mi pensamiento y el suyo, y fue entonces que le respondí lo primero que me preguntó. Le dije que mi cabeza estaba hecha un lío, que me sentía fatal y que el juego de muebles de la consulta no me gustaba. Se rio conmigo unos minutos y pude ver en ese viejo, tan aburrido al principio, alguien a quien me podía abrir. De modo que le relaté cómo iba por estos días mi vida sin rumbo. Al cabo de media hora le tocó a él hablar. Me mandó un ejercicio bastante interesante. Debía hacer dos sobres de papel que solo revisaría al cabo de dos meses. en uno pondría las razones que tendría para vivir, y en otro las que tengo para morir. Le dije que utilizaría pétalos de rosa. Los pétalos rojos los echaría en el sobre de las razones para morir, y los amarillos en las razones para vivir. Sonrió con la aprobación a mi ejercicio, y se despidió de mí con un abrazo y un pellizco en la nariz. Extrañamente no respondí mal a ese trato de niña de cinco años. Parece que, al fin y al cabo, el viejo terminó ganándome. Cuando salí, mi mamá estaba sollozando. No le quise preguntar el porqué, sabía que era por mí. La aflijo demasiado. De regreso a la casa solo pensaba en las razones que tenía para vivir o morir, y en cómo hacer para robar todos los días pétalos del jardín de la vecina de enfrente; mientras que mi mamá, en intervalos de más o menos veinte minutos, me preguntaba algo a lo que apenas si le respondía. Tardé un día en hacer los sobres, pero ya los terminé. Sin embargo, aún no he comenzado el ejercicio. Prefiero esperar al miércoles de la semana que viene. Ese día David regresa de Santa Clara. Él vale cinco pétalos amarillos y tres rojos. Cinco amarillos por la felicidad que me produce verlo, y tres rojos, porque sé que él todavía está bastante lejos de mí. Aunque…, bueno… ¿quién sabe? La vida da muchas vueltas y yo espero que la mía también lo haga.           

(Continuará.)

De: Encuentro-Debate Nacional de Talleres Literarios Infantiles, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.)