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Por María Pizarro

poema 1

A todas las distancias fui.
En todas las estaciones
apagué un cigarro,
mientras desvanecían los recuerdos
y te borraba.
Iba y venía de tu agenda
a la papelera,
de tu corazón a mi olvido,
constante en el viaje:
me llaman soledad.

poema 2

La ciudad que no asfixia
no es ciudad, no es madre
entrañable que acariciar
viendo sus ojos en tus ojos.

La ciudad eres tú
y todo lo que aprendiste
con sabor a contratiempo,
sabor metálico de  enfermedad,
y ruidos tóxicos.
El esqueleto que  mantiene,
idéntico a una madre.


poema 3

Cuando estés triste o furioso
con la muerte,
busca en mis bolsillos un poema,
unas lágrimas y la falta de respuestas.

Que yo recorreré tu pecho,
con las hojas de  otro Otoño,
furiosa, triste, interrogante
hasta encontrar el tango
que me cantes  al oído.


poema 4

Hay parte de un silencio,
reclutado por batallas perdidas,
parecido al engaño.

Revendido en camas sicarios
a cambio de  la locura,
por los besos que fingen.

Hay un largo silencio
que no queremos oír.
Como  ignoramos las voces
del suicido, la fragilidad,
desamor y  vejez,
del silencio que mata.


poema 5

Te amo: no tengo nada
más sencillo
que este “te amo”
manejable, recalcable,
de bolsillo, ligero,
portátil, unisex,
que tanto se parece
a un te adoro tanto.


poema 6

El silencio se retuerce
como un alga indefinida,
siempre roto,
guijarro de la voz humana,
látigo mortal, como un acantilado.

A veces, el hombre
teme la nostalgia, ebrio,
dormido sobre sus heces.
Teme que su voz
le devuelva al presente.


poema 7

A veces creo un mundo
insostenible.
Quien me adula me expropia
de mi universo único.

poema 8

Siempre hay un buen momento
para empezar.
Lo nuevo es significativamente
efímero en la ciudad
de los paraísos perdidos.
Pero de nuevo, sabe a absenta,
a gato y a terciopelo...


poema 9

¡Qué bien me queda la vida!
Aunque el cuerpo me ensanchó,
guardaba  para soltar las costuras.
Como el pecho creció
por no saber el corazón
dónde almacenar los amigos,
los amantes de dulce y mi casita
de chocolate, las palabras con crema.
¡Qué bien me sienta la piel
que hace ondas con la vida!


Poema 10

La sal de las lágrimas
colorean la pieza
que en el horno somos,
tras recorrer la vida
y  respirar su fuego.
La pieza única de tu corazón:
halo, polvo, viento.


Poema 11

Te haré un poema con mi tristeza,
con el sol de barro de los membrillos,
que antaño tatuamos la corteza,
de carne dulce, con aromas sencillos.

A la despedida ocre de la tarde,
la fruta que madura se marchita
y el sol rabioso ya no arde
en el pozo sin fondo narcisista.

¿Tú sabes si la tristeza amarilla
es una fruta en la cesta, podrida,
que contagia su llanto de gusano?

¿Basta moldear ídolos de arcilla
para hallarse la dehesa perdida,
o tu amor trae el luto de la mano?


Poema 12

A un libro llegas
como un buzo adentra al arrecife,
acariciándolo suavemente.

Que no es roca ese animal,
el  coral amamantado de plancton,
algas y la paciente transparencia
de las  aguas.

La buzo  que lee
vive con paciencia
una vida y otra vida en los libros.
El buzo que escribe
no sabe el significado
—Ni  acaso la belleza—
ni la paz ni el plancton,
ni coral ni la piedra
ni la mente ávida
del olvido-


poema 13

Estoy fatigada,
seguramente...
al volante de mi automóvil
me distraiga,
y de pronto
sienta
todo el miedo ruin
que conozco.
No me maldigo,
ni al tráfico pesado,
no tengo tiempo.

Me aferró a la vida
el cordón umbilical
de mi volante.
Me aferró a mi débil vida
el armazón de hierros
de un cuerpo
que no vale nada.
El tiempo es lento
estos dos segundos...
Y la muerte pasa
a velocidad de vértigo.

Oscila el equipaje,
las ruedas derrapan,
gimen los frenos,
arranca lágrimas
la grava del camino.
No es grave el zumbido
de las ambulancias,
de los cristales rotos,
el cuerpo amilanado.

Es la mirada, el gesto duro
del espanto,
el sonido del claxon,
el corazón de un mundo mudo,
preso de soledad,
como el amor
que nunca desemboca.