Por Orlando V. Pérez Cabrera

Jorge Luis Machado Cabrera nació  el 22 de julio de 1950, en Cumanayagua. Hijo insigne de este pueblo entrerriano, su alumbramiento ocurrió en el seno de una familia humilde pero decente y trabajadora. Su padre, oriundo de Manicaragua, se llamaba Miguel Ángel Machado Gómez; su madre, cumanayagüense, llamábase Eneida Cabrera Cárdenas. De ambos, Jorge Luis heredó un especial don para el canto. Su padre fue un cantor bohemio que se hacía acompañar de una guitarra; su madre, dicen que tenía una fina voz de contralto.

Jorge Luis heredó también del padre ese afán trovadoresco, vagando  por todos los rincones de Cumanayagua, muchas veces haciendo dúo con José Ramón Romero (Monguito), quienes llegaron a dominar un amplio repertorio de música tradicional cubana, pero, ante todo, de la música de la llamada Década Prodigiosa.

El padre, un trotamundos, residió  con el resto de la familia en prácticamente todas las localidades de la antigua provincia de Las Villas. Incluso, en su niñez, Jorge Luis vivió en La Cabaña, pues su progenitor, quien fue miembro del Ejército Rebelde, formó parte de la escolta del Che. Ese ímpetu lo heredó Jorge Luis, quien residió, ya de adulto, por varios años en La Habana (ciudad que conocía como la palma de la mano); pero el llamado del terruño fue tan intenso, que sus últimos años los vivió aquí, al lado de Mary, su segunda esposa, de los demás familiares y de sus amigos.

Fue Machado un hombre multifacético. Allá por la década de los 60 del pasado siglo, fue fundador del movimiento teatral cumanayagüense, junto a jóvenes y personas ya adultas, en memorables obras como “Dios te salve, comisario”. En su juventud se destacó como deportista, sobre todo, en el voleibol, deporte en que fue un gran rematador, debido a su gran agilidad y a su enorme estatura de aproximadamente 1,90 m. Ello le valió participar en varios Juegos Escolares Nacionales; por dicha razón fue captado para cursar estudios deportivos en la ESPA (Escuela Nacional de Perfeccionamiento Atlético), donde formó parte de la preselección nacional de voleibol. Ya cuando se aprestaba a un encuentro en  México, la repentina aparición de una espina bífeda le impidió de por vida, practicar ningún deporte de acción. Sin embargo, se dedicó por entero al ajedrez, su principal jobbie, y llegó a ostentar la categoría de experto provincial en el deporte-ciencia. Jorge Luis llegó a poseer una información que rayaba en la erudición, respecto a la historia del ajedrez, tanto en Cuba como en el resto del mundo.

Realizó estudios universitarios, alcanzando la categoría de Licenciado en Biología; sus conocimientos sobre la anatomía y la fisiología humanas eran proverbiales. A ello añadía un vasto conocimiento de medicina, sobre todo, la medicina deportiva, de la que fue un experto. Impartió clases de biología tanto en preuniversitarios como en la universidad.

Mas ahí no terminan sus dotes. Era un líder por excelencia; la gente lo seguía con devoción y respeto. De ello dan cuenta la fundación del Club de la Década Prodigiosa y su activa participación

dentro de la Logia de los Masones de Cumanayagua, de la cual era un querido y respetado hermano. Machado, como todos le llamaban, fue un magnífico organizador del homenaje que año tras año la Logia ha venido realizando en torno al 28 de enero, aniversario del natalicio de nuestro Apóstol José Martí, hermano de la Logia también.

Tenía el don de la palabra: escribió hermosos y conmovedores poemas de amor tanto a la amada como a la madre, al padre, a los hijos y a los nietos, como también en torno a cualquier circunstancia social dentro del entorno en que se movía. En tal sentido, obtuvo numerosos premios como poeta y narrador, tanto en diferentes ediciones de los concursos Luis Gómez, como el Zenón Rodríguez, convocados por la Casa de Cultura Habarimao; también, fue multipremiado en los encuentros-debates de literatura a escala municipal y provincial. Narraciones y poemas suyos aparecen en la Antología Poetas de Fin de Siglo en San Felipe de Cumanayagua, en la revista Entre Ríos así como también en la Revista Digital Cultural Calle B, en donde sostuvo una memorable sección de recreación histórica: Sillones del Liceo. Dejó inéditos un poemario: El cuarto invierno y otro de cuantos para niños, que muy bien pudiera titularse: ¡Buen chico, caramba! Escribía regularmente en una agenda, con una letra grande de rasgos bien trazados; pero enclaustrada por rayones y borrones que denotaban su acuciosa voluntad de estilo.

Fue hombre amantísimo, amigo fiel  y jaranero impar; con un porte y una prestancia propias de un gentleman: gustaba vestir bien, con elegancia y sencillez. Para decirlo de manera llana y sin remilgos ni mojigatería: tenía una figura apolínea tanto en cuerpo como en rostro: era un Adonis tropical, un hombre impresionantemente bello.

Su voluntad era férrea, pues tuvo que jugar varias partidas decisivas con la Dama del Alba, con su negra capucha y su férrea e inexorable guadaña. Víctima de dos infartos cardíacos y de un carcinoma en las cuerdas vocales que le entristecieron la voz, nunca se dio por vencido; hasta que la ingrata le ganó la partida final escudándose en la Covid, ¡maldita sea!

Pero la energía positiva de Jorge subyace como fuente generadora de fe y amor inquebrantable a la VIDA.

Y así debemos recordarlo por siempre: porque aún sigue entre nosotros.

Esta semblanza obedece a que la personalidad referida será homenajeada dentro de las actividades por la Jornada de la Cultura Cumanayagüense, a celebrarse entre el 27 de abril y el 3 de mayo del presente año 2022. (N. del E.).