Por María Cecilia Marsili

Nunca se sabe de lo que se es capaz hasta que se lo  intenta, tampoco se sabe cuán preparado está uno para determinadas situaciones hasta que la vida te las presenta.

Fue inconsciente y hasta involuntario, pero logré cerrar una puerta que pensé que me conduciría al amor, y que después de largos años me tenía plantada en el bosque equivocado.

 Solo así, pude ver una ventana que se abría delante de mis ojos, de mi alma, de mi escepticismo.

Su foto de perfil no era amigable, en absoluto, aun así lo acepté y di el “me gusta”.

Después de la encuesta  de rigor –¿cómo estás?, ¿de dónde sos? ¿A que te dedicas?, coincidimos en que la web era lenta y el señor de ceño fruncido y foto en sepia, me pasó su celular. Dudé. La cantidad de contactos inútiles excedía la capacidad de cualquier tarjeta de memoria. Dos días después le envié mensaje.

El señor no se hizo esperar, respondió. Y más que pronto, llamó.

¡Qué voz! Difícil imaginar que ese rostro duro me seduciría con su sensual forma de hablar.

Pero de repente, fue  directo, conciso, terminante:

—Te lo quiero aclarar de entrada. Tengo una discapacidad motriz.

—Ah, mirá, yo una visceral.

Mencionamos apenas mi caso; él resumió el suyo como “el tiro de un pelotudo”.

Sentimos que algo más allá de las redes nos unía. Lo mío era invisible a los ojos, su manera de ser, esencial al corazón.

Le comenté a mi sicólogo de mi nueva conquista y de su particularidad, también le dije que por primera vez me sentía cómoda con mi condición. Su respuesta fue tajante.

Esa misma tarde nos conocimos. No fue fácil el encuentro, porque una ya no está para estos trotes, porque otra vez estaba en el  ruedo, en   la exposición, porque había aceptado un desafío que no había previsto. Porque una se piensa libre, superada, pero no está lista para lo distinto y al final no me sentí tan cómoda ni tan entera como opinaba mi analista.

Su  predisposición, su caballerosidad y su atención me conquistaron de inmediato. Pero algo en el aire hizo que el encuentro no fuera uno más, algo lo hacía especial. Y no era solo por las gentilezas de un señor.

Las salidas se sucedieron y de a poco fui superando trabas y prejuicios, sintiéndome más cómoda en la relación y así pude descifrar qué las hacia tan particulares.

Elegí sentirme como una figura del jet set, en pareja con un famoso, por eso por la calle nos observaban tanto. Tanto admiraba su resiliencia y su superación, al punto que  hacía que me cuestionara por y de qué me quejaba. Pero para el mundo, lo destacable era otra cosa, sin sospechar lo que yo disfrutaba entre bambalinas.

A partir de  su historia y  la mía, vamos viviendo la nuestra y en el backstage de la intimidad, los medios coinciden, los extremos se confunden, mente y alma fluyen, cuerpo y corazón estallan, la respiración intenta  recuperar la calma, los amantes la conciencia, al tiempo que comparten la sorpresa de los pequeños  gestos en lo cotidiano.

Los dos formamos parte de un mundo con capacidades diferentes, en un mundo tal vez no tan preparado para lo diferente.

A él un tiro le había arrebatado una pierna, a mí Pandora me recortó la respiración sorprendiéndome con una patología de edición limitada, …eso nos fortaleció y nos unió para luchar por lo poco frecuente, por lo que nos cuesta ver y aceptar …por lo que nos falta aprender e incorporar.

Y así en la cotidianidad de lo diverso y en la sensualidad de lo privado, fuimos igualando las diferencias.

16/07/18