Por Clara Veitía

Yo a mi abuelo lo veía
como lo dulce y lo humano,
lo más tierno, justo y sano
que en la familia existía.
Por eso, lo que él decía
era una ley, un decreto;
hijo, yerno, nuera, nieto…
todo familiar notaba:
mi abuela era quien mandaba,
mas… mi abuelo era el respeto.

Así un día, un desalmado
pidió a mi abuelo, dijera
cuál de tantos nietos era
aquel menos agraciado.
Mi abuelo nos vio a su lado,
miró con cara de pena,
y con la pupila llena
de una lástima inconfesa,
rozándome la cabeza
murmuró: “¡Pero es tan buena!”