Por Maritza González

“A mi chiva Beba se la llevó la noche”, decía Romelia con gran tristeza. Se la llevó sin previo aviso; por eso no tuve tiempo para abrigarla ni decirle que no creyera en aquel zunzún pretencioso, siempre revoleteando sobre el jardín haciendo alarde de su plumaje tornasol. No le pude hablar del encanto que tienen los gallos en la madrugada, cantando a los cuatro vientos para despertar el sol. ¡Ay, Beba!, si pudieras escuchar el rumor del viento en el pinar, te darías cuenta de que sus ramas tocadas por el aire son como melodía de violines. Si alguien me pregunta si te has ido, diré que solo los tontos creen que lo amado puede marcharse; ahora, para encontrarte solo tengo que levantar los ojos al  cielo y allí te veo detrás de las nubes; ahora posada sobre las charcas de los ríos por el Este. Es por eso que te lanzo puñados de cocuyos para que  juegues. Cuando te observo sobre la luna llena, quieta, la veo como una abuela que te cuenta historias de estrellas, pero la noche es fugaz y no le alcanza el tiempo para decirte que algunas son vanidosas. Ten mucho cuidado y te dejes deslumbrar por sus luces. No te olvides de preguntarle dónde encontrarás la Osa Mayor, con su carro de estrellas. Así, cuando llegue la primavera te podré divisar en el mismo centro del firmamento, viajando con el collar de luceros que siempre soñaste. 

Tomado de Cuentos para despertar a Romelia