Por Etiannys Alfonso

Inverosímil la posibilidad de trastocar pieles,
sabiendo que la superficie prevalece sólida.
Y es cuando la coraza
cae ante el efecto de un roce,
un brotar de besos impuros,
un apretón de manos,
una frase con el mayor de los sentidos.
Aún veo estupefacción ante el redescubrimiento,
en el abismo existente
entre lo vivido y la euforia de un recomenzar.
Llenan de anhelos, estas tardes de domingo,
las visiones de lo sublime,
el vértigo incontenido de una mirada al vacío,
el atardecer de unas palabras que incineran.

Confía en las catástrofes y torbellinos
que producen los pensamientos,
en lo inexplicable de un temblar en pleno agosto,
en lo misterioso de un abrazo homicida
que traspasa al cadáver
aún post mortem.

 

“Atardecer de un sopesar”.
Tiemblan estas ganas de llegar a tu llamado, volando,
sin tiempo para pensar
en la piromanía de tus besos,
en el relámpago efímero sobre una cama que aniquila,
en las huellas torpes sobre una piel de arena,
en las filosas espinas que clavan, tus silencios, en mi pecho,
en el espiral de emociones dentro de un laberinto sin mapa y quizás sin salida.
Aparece, en la noches, un huracán de ideas,
dentro de un cerebro en vagotonía
(sin filtros, el más sincero de los horarios).
Vuelve, en las mañanas,
dentro de un cerebro en simpaticotonía
(filtrando los hilos invisibles que sostienen al más mendaz de los horarios).
Recibo pueriles señales de un adulto estrafalario con acta de extinción,
salvo porque aún tiene prosa por decir.
Diagnostico una insania fulminante,
presa de:
una lujuria que abrasa,
de una voz que obnubila,
de una incertidumbre que indica repantigarse
y esperar a que el azar tire, fuertemente,
de los cabellos.